Acerco la ánima a mi sien
y poso la yema sobre el gatillo
dejo que el silencio cobre su magnitud
mientras me concedo
una última bocanada de aire
Pienso entonces en mi madre
—húmedos sus ojos,
incrédulos,
ya enfermos—
justo cuando el dedo cae…
pero hoy tampoco
las palabras exactas
amartillarán el poema.