pedirle perdón a la vida
es abrirte de piernas
y que mi lengua
se encargue de todo lo demás
así que haz el condenado favor
de callarte de una vez
de ahorrarte el gasto innecesario
de todas las palabras
que no sean —lámeme, cabrón
y de permitir que expíe mi
enterrándola como un hueso
en el dulce hedor de tus entrañas
antes de que te marches
donde quiera que se marcha la gente
cuando se me va de la cabeza.