31/12/09

CAMBIOS

He cambiado, me digo.

Ya no soy el mismo
que hace un rato.

Será esta ciclotimia.
Será.

29/12/09

LO SIENTO

Fue en la estación de trenes
de Medina del Campo.
Estabas cansada y decidiste quedarte.
Era de noche.
Te robaron hasta los calzoncillos
y las bragas sucias.
Tu cara, cuando llegué, era un poema
imposible de reproducir en este otro
y no hubo manera humana
de aplacarte aquellas lágrimas.
Ahora lo sé:
fue mi culpa.
Estaba tan borracho
que me perdí
de camino al pueblo, de comprar
dos bocadillos de rancio jamón serrano
que ni siquiera nos comimos

A veces,
me acuerdo de ti.
Pero sólo a veces.

26/12/09

21/12/09

VASOS DE CRISTAL, CENICEROS, EL MÓVIL, ALGÚN LIBRO...

Me suelen dar venazos del tipo: ahora cojo y me enfado con el mundo. Y entonces me da por arrojar objetos. Vasos de cristal, ceniceros, el móvil, algún que otro libro de los estantes, cualquier cosa que tenga a mano. Normalmente lo hago sobre la pared. Romper cosas me sirve. Me relaja. Me tranquiliza. Por eso vivo solo. Porque si viviese con alguien probablemente acabaría rompiéndome la cara con esa persona. Y eso que nunca me he zurrado con nadie. Aunque a decir verdad más de una vez me lo he merecido. Pero siempre, y aunque esté mal que yo lo diga, suelo salvarme de las tundas empleando esta poderosa labia que dios me ha dado. Será por eso que me guste tanto hablar. Soy un charlatán en potencia. Será por eso que me metí a profesor. Porque necesito mi público. Sentirme protagonista de un suceso que solo yo alcanzo a comprender. Aunque eso es decir mucho. La mitad de las veces ni yo soy capaz de comprenderme. Recuerdo una vez en la que no sé cómo acabé completamente desnudo en pleno mes de octubre y bajo una pelona de cuidado. Las personas con las que estaba debieron sacudirme hasta las entrañas. Pero por una extraña razón no lo hicieron. O esa otra, en Islandia, cuando me metí en medio de un barullo que se montaron dos vikingos de metro noventa y que por un capricho de la diosa fortuna solo se quedó en risas. O aquella vez en la que un cocainómano me arrojó a la cabeza un adoquín de los que asfaltan la plaza de oriente, junto al acueducto. El pedrolo no me dio a mí. Pero sí que atinó a una chica que para colmo era la hermana del tipo que me salvó la vida. O esa otra en la que me sacaron a empujones de un garito una manada de bestias enfadadas por no sé que hostias le dije a uno en la puerta del servicio. Entonces otra manada, esta vez de gitanos más colocados que un tablero de ajedrez antes de comenzar la partida, me salvaron de la hecatombe bajo el grito ay chacho, que quieren pegar al rubio..! Por no acordarse de aquella noche en la que una cuadrilla de fascistoides de neurona y media se empeñaron en coserme a navajazos bajo la escusa de que había orinado a medio metro de donde estaban haciendo un botellón entre cántico y cántico del Cara al sol. Tengo labia, sí. Y sobre todo una flor en el culo. Porque de esas tengo como para escribir varias reediciones de El arte de insultar, de Schopenhauer; aunque con bastante menos gracia y categoría. Y todo porque me aburro. Ese es mi cáncer. Mi perdición. Me aburro soberanamente y lo único que se me ocurre para solucionarlo es montarme este tipo de películas. No me atrevería a decir divertidas; aunque desde luego entretenidas resultan un rato. Algún día, el menos pensado de todos ellos, vendrá alguien y me endosará el racimo de hostias que bien merecido tengo desde hace ni se sabe. Por eso he decidido vivir sólo. Para arrojar objetos contra la pared y que mis gatos me observen bajo la cama con la atenta mirada de quien tiene en frente a un loco. Por eso y porque las benzodiazepinas no me sientan nada bien. Me producen acidez. Gilipollas.

20/12/09

IN MEMORIAM FUGITAM (fragmento)

ya te has ido.
y me has dejado
con todo este montón de poemas
por escribir

19/12/09

PORQUERÍAS VARIAS

Hoy es uno de esos días de asco y miseria y malahostia y frío y desesperación que a uno le asaltan de vez en cuando. Todo ha sido un despropósito. Desde que me he levantado no hecho otra cosa que maldecir a voz en grito. Empezando por los gatos que me han meado los sofás del salón con su pestilente orina de jodido amoniaco. Luego he maldecido a mis padres en la habitual comida del sábado, a la zorra que me ha trasquilonado el pelo, al soplanucas que me ha vendido una tarrina de cedés defectuosos, a la puta madre que parió al técnico de la calefacción que no ha sido capaz de arreglarme el condenado termostato y que ha logrando que se me congelen hasta los pelos del culo, a la irreversible condición de mi mismo cuando me encontré en el espejo del baño.

Y para colmo son las 8 de la tarde. Esto aún se puede empeorar. Por eso he decidido aislarme del mundo. He apagado el teléfono y cerrado las persianas. No quiero ver a nadie. No quiero saber absolutamente nada de nadie, maldita sea. Hoy está siendo uno de esos días en los que sé que como salga a la calle pueden suceder solo dos cosas. Y una es matar a alguien. La otra; que el muerto sea yo. Lo noto. Está apunto de aflorarme una nueva crisis de ansiedad y ya tengo todo preparado para recibirla como merece. Esta noche soy todo suyo y de nadie más. Para cuando llegue estaré desnudo y con el culo bien abierto para que disponga a su antojo como por costumbre tiene. Va a ser una noche fantástica, lo presiento. Ella es de las pocas cosas que sé que nunca falla. Puntual, perentoria, solícita y necesaria. Será la guinda del pastel de mierda del 19 de diciembre de 2009. Pero no te preocupes por mí. Mira para otro lado. Tú sal y disfruta y emborráchate y mira a ver si con un poco de suerte duermes en compañía más tarde. En cuanto a mi; ¿te he dicho que hoy está siendo un día lamentable? ¿Te he hablado de la zorra que está mañana me ha cortado el pelo? Y de la zorra de mi gata, ¿te he hablado de ella...?

15/12/09

AUSTERIDAD

No tengo amor que me quiera
ni deseo que saciar
ni acreedor del que huir
ni dios al que doblegarme
ni libertad que me convenza
ni sueño que dormir
ni manduca que llevarme a la boca
ni esperanza que me justifique
ni nada...

Soy un pobre hombre
afortunado

14/12/09

TARTAGLIA, LUBBE Y MATTEOTTI

Massimo Tartaglia salió de su casa armado con una pequeña estatuilla del Duomo milanés escondida en el bolsillo de su cazadora. Instantes después, y tras acercarse entre la multitud agolpada, se la endosó en la cara al primer ministro de la República Italiana, Silvio Berlusconi. Al tipo le valió ser literalmente vapuleado por más de una docena de guardaespaldas apenas unos segundos después de realizar tamaña proeza.

Como es lógico, la noticia no tardó en causar un revuelo sensacionalista que se propagó a la velocidad del sonido por todos los puntos cardinales del planeta. Según afirmaron los medios, Tartaglia era un depravado mental en tratamiento psiquiátrico desde hacía la tunda de años. Claro. Qué diablos van a decir los medios, si la mayoría no son más que marionetas en manos del desdentado Il Cavaliere. Yo no voy a discutir eso. Me trae sin cuidado que Tartaglia sea o no un tarado mental. Pero lo que nadie puede poner en duda es que, de serlo, la psiquiatría o directamente la humanidad entera debería empezar a valorar la lucidez no como algo exclusivo sino como una revelación que sobreviene entre el personal con una normalidad más habitual de lo sospechado. Porque ese tipo merece ser cuanto menos canonizado. Y digo bien canonizado ya que, o mucho me equivoco, o al pájaro este le queda menos vida que a un fósil del cretácico. Y no porque vaya a ser ejecutado en juicio sumarísimo (no; eso ya no se estila en plena fiebre posindustrial y veintiunista), sino porque lo que le quede de vida posiblemente lo pase en algún centro de beneficencia para disminuidos mentales donde si tiene suerte lo menos que le puede pasar es que sea lobotomizado hasta perder la conciencia de las escaras legañosas que le encostren los ojos cada mañana. Pero eso si tiene suerte.

De todas formas la historia no está exenta de casos parecidos. Episodios que de alguna manera dan razón indeleble a esos versos de Ángel González que dicen que la historia, como la morcilla de su tierra, se hace con sangre y que ambas se repiten. Creer que la historia la escriben los grandes hombres es una estulticia que nos hacemos creer desde pequeñitos y, como todo el mundo sabe, no hay peor mentiroso que el que se cree sus propias falacias. Esto, sin ir demasiado lejos, me recuerda sospechosamente a lo que sucedió el 27 de febrero de 1933 cuando un tal Marinus van der Lubbe, comunista y a la postre demostrado títere discapacitado abstraído por el engaño nazi, se acercó cerilla en mano a prenderle fuego a un parlamento alemán ya quemado de por si aunque en sentido eufemístico. Lo que devino de aquello fue el principio del fin de una pantomima de democracia menos creíble que la paternidad del hijo de la baronesa Thyssen. Por no acordarse de ese otro ejemplo, para más inri italiano, que se llevó a la tumba a Giacomo Matteotti, también comunista, que apareció horadado por los gusanos en una cuneta perdida de la mano de dios un mes después haber sido secuestrado y tras haber denunciado abiertamente y sin el menor remiendo las censuras y corruptelas del recién estrenado gobierno de un tal Benito Mussolini.

La historia se repite, vaya. Ya lo dijo Ángel González no hace mucho. Y como también dijo ese otro sabio llamado Aristóteles –aunque éste bastantes siglos antes – es imposible hallar tanta verdad en la historia como la que se puede encontrar en la poesía.

A mi este tipo, Tartaglia, me da mucha lástima en realidad. Sobre todo porque su proeza se quedará en nada en cuanto el tiempo y la camarilla de sicarios periodísticos tengan a bien olvidar su nombre. De todas formas la imagen sangrante de Il Cavaliere con la cabeza y la nariz abiertas en canal y sin un par de dientes no tiene precio. Espero que se me quede grabada en la retina por muchos años. Será como una de esas postales que se conservan y que sirven para apostillar viajes de los que se ha disfrutado. Solo que la estampa será la de un mundo que declina la posibilidad de redimirse por pura e instruida abnegación. Y también espero que el sufrimiento que le aguarda al nuevo mártir solo sea proporcional al que padezca Berlusconi tumbado en el quirófano mientras un cirujano con más miedo que otra cosa intenta arreglarle el desaguisado de cara. Millones el hijoputa tiene, en cualquier caso.

13/12/09

AUTOVÍA DEL SUR

La luna
ahí plantada como un pedazo de uña rota
que pende de un cielo pálido,
o como la sonrisa maliciosa del destino
que no necesita ver
para comprender el pobre hombre que eres.

Son cosas así: vagas ideas, pensamientos
imprecisos que me asaltan
mientras me deslizo en un coche con otras dos personas
autopista abajo.

11/12/09

ILUSIONES

Dejé el cigarrillo
a medio hacer en la mesilla, aparté
las sábanas, el edredón y la pereza,
salté de la cama y a tientas
no sé si encendí la luz
o
la ilusión de verte.
Pero el caso fue
que cuando abrí la puerta
y atisbé entre la oscuridad
no vi nada
a nadie
salvo que en el suelo
alguien –tal vez por error –
había dejado escrito este poema.

Entonces creí
que todo había sido un sueño

Ahora
me convence más la idea
de una pesadilla

8/12/09

LOS HIJOS DE NUESTRO TIEMPO II

Yo no sé que maldita obsesión me ha surgido con los aeropuertos, pero siempre que voy a uno salgo con la misma necesidad de ponerle verbo a ese cúmulo de sensaciones que percibo cuando me adentro en ellos. No sabría explicar el cómo ni por supuesto el por qué, pero siempre me ocurre lo mismo. Luego llego a casa y todo ese montón de ideas que había almacenado en la cabeza mientras entretenía la espera, y que parecían que iban a dar forma a un texto cercano a la decencia, van y se esfuman o se atoran obstinadamente como piezas de un rompecabezas mal diseñado. Y el resultado es siempre el mismo: una suerte de estreñimiento verbal que me pone de muy mala hostia y que concluyo con un sordo carpetazo contra la mesa del escritorio. Y gran parte, lo sé, es debido precisamente a ese cúmulo de sensaciones al que me refería más arriba.

Un aeropuerto, desde un punto de vista sociológico, es un no lugar, un espacio para la sobremodernidad como dejó escrito Marc Augé al que creo haberme referido en otros momentos. Allí la gente se distribuye en una fervorosa procesión de idas y venidas; gente que llora abrazada a sus seres queridos antes de cruzar la aduana o que se arregla el maquillaje en la cola de algún servicio; gente que desfila su importancia, pasillo arriba pasillo abajo, con todo ese trajín de maletas casi teletransportables; gente que aguarda retrasos sempiternos; gente con los rostros compungidos por el miedo a despegar; gente que no aguarda otra cosa que el despiste de algún confiado viajero para usurparle los bagajes. Y todos ellos, una y otra vez, repitiendo los mismos gestos, cambiando sólo la presencia y a veces ni eso. Lugares así nos convierten en clones. Autómatas sociales que reproducen la misma conducta desde la mañana a la noche. Y por extraño que parezca uno no puede dejar de sentirse especial en su ficticio y personal melodrama de acontecimientos. Por suerte –aunque más cabría decir por desgracia –, la humanidad aún no ha llegado a ese punto de lúcida revelación que nos devolverá a la lógica de nuestra inútil conciencia de engreído y trasnochado mamífero consentido.

Y, sin embargo, algo tienen. Algo tan romántico como desprovisto de identidad que me enciende la libido. Hablo de sensaciones como: mira niña, no sé tu nombre ni siquiera si hablas mi mismo idioma pero creo que me he enamorado de ti y estoy dispuesto a dejarlo todo y embarcarme en tu mismo vuelo y vivir juntos la historia más grande jamás contada; o, maldita sea, como vuelvas a cruzar por aquí voy a verme en la obligación de pedirte que intercambies urgentemente conmigo esa delicia de manteca que escondes tras la cremallera. Cosas así. Pero todo, como obviamente has interpretado, se queda en nada; imaginería barata de quien pasa el rato preguntándose por otras vidas que no sean la suya. Y es que un aeropuerto invita a ese tipo de distracciones, a adueñarse inevitablemente del pasado y del presente de aquellas almas que caminan en direcciones ignotas. Es el signo de nuestros días. Nadie sabe nada de nadie; y todo parece correcto, estar en su sitio, ocupar el lugar adecuado, ajustarse impecablemente a la norma consuetudinaria. Aviones que llegan a su destino y que vomitan pasajeros que recogen equipajes, miserias y alegrías y se marchan para no volver hasta la próxima. Todo a una velocidad de vértigo, a un ritmo que asustaría si nos parásemos a pensar verdaderamente en ello....

Mis padres hacen acto de presencia en ese momento por la puerta número dos de la terminal uno de llegadas del aeropuerto de Barajas. Empujan una pequeña maleta de ruedines y atisban entre la multitud de curiosos el rostro del hijo que una vez fue suyo. Regresan de Hamburgo, de pasar unos días en compañía de su otra hija, la pequeña. Mi madre tiene las mejillas enarboladas por el lloro de hace unas horas. Recibo cuatro besos cuando al fin conseguimos encontrarnos entre la marabunta. Me preguntan si me he aburrido mucho esperando. Pienso en todo este montón de palabras que creo firmemente arraigadas en la memoria y les digo que no, que todo está bien. Les ayudo con el exiguo equipaje. Afuera está el Kia esperando. Y más allá, la carretera.

2/12/09

MALDITA VERBORREA

El invierno es más un estado de ánimo que otra cosa. Y supongo que estas primeras nieves, el frío rutilante de las madrugadas y la niebla gris que a todo procura un áurea de triste belleza comedida, qué son sino los puntales de algo que habita más adentro, en las profundidades de esta agnóstica terquedad de descreimientos y necedades con la que acicalo la imagen del rubio que soy.

Y lo más cojonudo de todo es que me trae sin cuidado que llegue más pronto que tarde la primavera. Ya tendré tiempo de inventarme nuevas excusas con las que poder azotarme. Ya lo dijo el artista: el pensamiento comienza en la boca. Qué no sea por palabras.

1/12/09

COMO UN NIÑO

Gemía como un niño al que le hubieran prohibido cualquier cosa. La muñeca le colgaba muerta sobre la otra mano y el trayecto de las lágrimas desaparecía a mitad de la cara.
— ¿Te duele mucho?
Volvió a gemir.
Intentó balbucir algo pero el hipo le trastabilló la lengua y sólo logró pronunciar un sonido cavernoso.
—Deberías tener más cuidado la próxima vez.
Me miró. Sentí lástima.
Cuarto de hora más tarde llegó una mujer y se lo llevó al hospital de la misericordia.
No nos despedimos.

29/11/09

AROMAS

Es tu olor
ese olor que tienes hijo
de perra

lo que me vuelve loca.
El resto en ti es basura
pero tu olor
hijo de perra
tu olor...

28/11/09

LOS HIJOS DE NUESTRO TIEMPO

Qué tendrán los centros comerciales que tanto gustan a los hijos de nuestro tiempo.

Me he visto en esas, esta misma mañana. La cosa apuntaba maneras cuando he llegado con el coche: la balsa de asfalto que hace las veces de aparcamiento estaba atestada de vehículos. Familias precedidas por el habitual carrito de la compra (que de carrito tiene bien poco, por ora parte), lista en mano para colmar hasta las trancas su buche o de regreso a sus coches. Cuando he conseguido carroñear (y digo bien, carroñear) una plaza y me he bajado del Kia y me he adentrado en el mausoleo capitalista, el asunto se ha puesto más interesante aún. El peregrinaje de idas y venidas parecía una de esas ramblas que se anegan con la gota fría a finales de septiembre. Cuidado es poco lo que había que tener si no querías ser arrastrado por la marea de compradores o atropellado directamente por alguno de esos trastos que parecen blindados en miniatura y que antes hemos llamado carritos de la compra. La oficina de correos está a la entrada, así que allí me colé, no sin esfuerzo de caminante sin camino. En realidad, el verdadero motivo de mi visita era ese: la oficina de correos. Hacía unos días me había llegado una notificación de la dirección provincial de tráfico donde aseguraban que, a razón de la no obediencia en la orden de alto de un agente para la realización de un rutinario control de alcoholemia, se iniciaba contra mi un proceso de sanción por falta grave que concluiría con la pérdida de cuatro puntos, el pago de 150 euros y la retirada temporal del permiso de circulación durante al menos dos meses. Maravilloso. Sobre todo para mí, que dependo del vehículo todos los días para desplazarme a mi trabajo. Bueno, cuando uno juega al límite corre riesgos proporcionales y este, a decir verdad, es el menor de todos ellos si tengo en cuenta el estado de etílica embriaguez en el que me hallaba aquella fatídica madrugada de principios de septiembre.

Bueno. A lo que iba.

El caso es que me encontraba en la oficina de correos, multa en mano, aguardando una endiablada cola y soportando una calefacción cuyo termostato debía de medirse en grados fahrenheit. Me tocó el turno. Al otro lado del mostrador un funcionario con la pinta del jorobado de Notredame y agradable después de todo me atendió con diligente prontitud. Envié por certificado mis pertinentes alegaciones que ni yo era capaz de creer y salí de la oficina rumbo de nuevo a la riada. Decidí adentrarme, bregando entre la multitud desaforada, avanzando más torpemente y con menores resultados que durante el frente franco-alemán de 1917 en la Primera Guerra Mundial. Al final conseguí llegar a la peluquería. Ese era otro de los objetivos de mi arriesgada expedición: darle un buen repaso a mi hirsuta cabellera. Dentro no había menos gente; las chicas, no menos de diez, distribuidas a lo largo de un estrecho pasillo que hacía las veces de local, daban buena cuenta de las cabelleras de clientes variopintos. Igualmente me atendieron con rapidez (es lo que tiene el siglo XXI y que la humanidad se haya adiestrado en el estrés crónico; alguna ventaja debería de tener después de todo). Una chica con acento cubano o venezolano (soy muy malo para eso) me ordenó sentarme en una de las sillas a la derecha del oblongo pasillo y comenzó con la faena. Cortarme el pelo es algo que me encanta, he de reconocer. De hecho lo suelo hacer cada quince días aproximadamente. Hay algo ceremonioso en todo ello. Liminal, me atrevería a decir. Tú te relajas mientras unas manos extrañas adecentan el poco o mucho pelo que a uno le pueda quedar. Es mi sustitutivo de ir a misa. Una ceremonia cívica en la que el iniciado respeta y acata las reglas del juego social que de pequeño le es inculcado con o sin vía intravenosa de por medio. Luego uno paga y se va. De todas formas ya no existen barberías como las de antes. Esos viejos y diminutos locales regentados por hombres rudos y silenciosos que te sentaban en esos trastos más parecidos a un paritorio que a otra cosa y que llevaban a cabo su trabajo con una profesionalidad y un minucioso detalle que a uno le dejaba la boca abierta. Durante mis años en Valladolid tuve la suerte de frecuentar una barbería así, como sacada de las esquelas de otro tiempo. Me pregunto qué será de ella, si seguirá en pie o habrá sido engullida por la bestia urbanística. Probablemente lo segundo; nada escapa a la fiebre capitalista que a todo pone fecha de caducidad. Y es que siempre he creído firmemente en la idea de haber nacido en la época equivocada. Tal vez un siglo XVIII o XIX hubiera estado bien. Haber experimentado de cerca el proceso de inoculación de un mundo obsoleto, y el advenimiento de este otro que ha dado forma a nuestros días, nuestras mentes y nuestros cuerpos. No hubiera hecho nada por cambiarlo de todas formas. Mi relación con la Historia es la de un mero ejercicio contemplativo. La esperanza, si debí tenerla alguna vez, fue cuando aún carecía de noción de conciencia. Y ahora ya es demasiado tarde para educarme en otra cosa que no sea el sarcasmo.

El caso es que la latinoamericana terminó su trabajo y como mandan los cánones smithianos de la ley de la oferta y la demanda pagué y me marché de allí (a razón del precio precisamente eso era lo que tenía que haber hecho: demandarles). La cosa seguía igual de entretenida afuera. Me armé de valor y continué mi particular peregrinaje. En la sección del macrosupermercado el volumen de gente era aun mayor, pero las descomunales proporciones del mismo permitían ciertas licencias. Saqué la lista de la compra y empecé la procesión. Nunca se me ha dado bien esto de encontrar los productos en gigantes así. Siempre acabo más perdido que un bosquimano en Manhattan. De manera que siempre me veo obligado a solicitar la ayuda de los operarios. ¿Dónde está el café?, ¿la leche? ¿el papel del culo? ¿tenéis mojo palmero? ¿soja texturizada? Una locura vaya. El único lugar donde pude sentirme relativamente a gusto fue en la sección de vinos. Allí todo eran hombres de serios rictus, examinando detalladamente los caldos embotellados. La oferta era generosa. Me picó el gusanillo y me regalé un Protos del 2007; una delicia que pienso abrir esta misma noche y con la que voy a homenajear una velada, intuyo, interesante.

En contra de lo que uno pueda pensar, sobre todo si habitas en una ciudad de tamaño medio si no pequeño como la mía, los centros comerciales no son espacios (o no lugares, como le gustaba llamar al señor Augé) para el individualismo o el anonimato. Nada más lejos de la realidad. Y más un sábado por la mañana. Allí no hay tregua. Y siempre me pasa lo mismo; aún no sé cómo no he escarmentado con los años. Voy a lo mío, pensando en mis cosas, refugiado y absorto en mi mismo; y siempre aparece alguien, algún conocido, si hay menos suerte un familiar, que te asalta sin importarle lo más mínimo lo que estés haciendo o la prisa que en ese momento tengas, para abrasarte con preguntas tan carentes de interés como formales deben resultar al trato civilizado. Se me debe quedar siempre cara de emasculado gilipollas. Como si las dos únicas neuronas que parecieran quedarme acabasen de chocar en ese preciso instante en la inmensidad de un cerebro vacío. No es que sea asocial; de hecho pocos trabajos requieren tantas habilidades sociales para poder medrar en ellos como el mío. Pero es que ya me he habituado a su contexto, y fuera de él mi pereza ya no es pereza, es reconocida y profesada indolencia.

Así que cogí todo lo que tenía que coger y con la vista clavada en las baldosas que pisaba me apresuré hacia las cajas de pago. Obviamente las colas allí eran descomunales. Y eso a pesar de las más de treinta chicas empleándose a destajo en sus diferentes puestos distribuidos a todo lo ancho del almacén. Tuve suerte, no obstante, y encontré una caja semivacía en la que un cartel anunciaba que sólo se admitirían clientes con una compra no superior a diez productos, que era exactamente lo que llevaba. Allí me quedé. Tuve una sensación rara. Como si la gente de colas vecinas me observara con aires de desmedida displicencia. Como ofendidos. No sé muy bien si por haber encontrado hueco en una fila apenas despoblada o por vacilar de esa manera ante el sacrosanto sacramento del consumo. En cualquier caso pagué religiosamente cuando me llegó la vez y me largué de allí.

Afuera la mañana seguía siendo fría y despejada. Busqué el Kia y metí las cosas en el maletero. Cuando me quise dar cuenta ya había dos coches al lado peleando por quién sería mi sustituto en aquel aparcamiento (carroñeando, había dicho más arriba).

Encendí el motor y, con el embrague pisado a fondo, puse la marcha atrás.

No me quedé para ver el desenlace de la contienda

26/11/09

POR ESO ME FUI

cuando tú me dejaste,
la ciudad se quedó vacía

18/11/09

HASTA PRONTO A LAS ARMAS

Me siento frente al escritorio como cada tarde, la pantalla blanca del ordenador ofreciéndoseme como una mujer hambrienta, he comenzado a teclear las primeras palabras, torpemente, sin demasiada convicción, de una manera mecánica, casi rutinaria. Lo que tengo son los despojos del día, eso que nadie quiere, escoria desechada sin ningún tipo de utilidad ni beneficio. No tengo nada qué decir, aun no existe nada por lo que deba justificarme y a lo que mi credo deba doblegarse. No creo en dios ni él en mí tampoco; pero todo está bien, así no nos debemos nada. Mis únicos proyectos son la esperanza de poder ducharme con agua tibia y que mis gatos tengan a bien dejarme dormir plácidamente esta noche. Quizá lea algún poema antes, mientras paladeo una taza de amarga achicoria recostado en la cama. Y así, sin más, concluiré el día; en tregua con el mundo.

16/11/09

MADRE

Madre
el anciano que seré llevará tu sangre

sangre que dejará de ser nuestra
cuando los insectos que habitan la tierra
se adueñen de mis cenizas
y entonces
y sólo entonces Madre

nuestros nombres serán nada
silbido del viento.

14/11/09

HABRÁS DE BEBERME

Mi sexo acaricia tu lengua amoratada
dormida y queda en tu lecho de frágil fuego
de cenizas que forjaran espejos
con los ojos cosidos al océano

mi sexo endurecido por la rabia de no usarte
sino muerta
despojo dúctil ya como la piedra gema
que mi semen que no es mío motea

habrás de beberme hasta el vacío, vida mia
y que tu nombre no signifique nada
en la inmensa nada de otros nombres

12/11/09

HEREDAD CERCENADA

Mi ansia
fue tu veneno

que yo lamí de esos labios
siempre tuyos

siempre
tuyos


incluso ahora
mientras araño tu cadáver
y te rezo: maldita perra
vida mía.

7/11/09

¿QUÉ SE SUELE HACER CON TODO ESTE MONTÓN DE HORAS?

Siempre hay un motivo para la queja; porque supongo que nos pasamos demasiado tiempo buscándole excusas a esta nuestra insípida existencia. Hoy, por ejemplo, es sábado y, por extraño que parezca (al menos a mi me lo parece), he amanecido pronto y sin resaca. Bueno, un poco de novedad en mi vida, pensé. Y me he puesto manos a la obra: barrer, limpiar el polvo, fregar los cacharos que desbordaban ya la pila, corregir unos cuantos exámenes y rellenar inútil papeleo de índole burocrática y desmedida (las malditas programaciones curriculares, especifico para algunos profesores que tal vez me lean). Y el caso –a lo que iba –es que son las doce de la maldita mañana y ya no se me ocurre qué poder hacer para entretenerme. Hasta bajé hace un rato a la farmacia para comprarme una cajetilla de chuchú (soy adicto a la oximetazolina: una herencia que mis padres me dejaron y a la que llamamos así por aquello de la cotidiana familiaridad del principio activo en nuestras vidas). Hasta he pensado en masturbarme de puro aburrimiento, pero resulta que eso ya lo hice dos veces y no considero nada saludable, por una cuestión diletantemente química, esquilmar mis reservas seminales. Así que con eso y con todo me he puesto a teclear esto. Y ahora que me acerco al final de mi reflexión puedo decir, con cierto orgullo he de reconocerlo, que tengo claro y meridiano que esta noche pienso agarrarme una tranca de esas por las que acaban a uno hospitalizándole. Al menos sé que mañana me ahorraré otro calvario como este.
He dicho.

6/11/09

TEORÍA DEL INTERCAMBIO DE MUJERES, por Claude Levi Strauss

Pensando en la validez del discurso estructuralista del recién fallecido Levy Strauss (no es coña, lo estoy haciendo), me doy cuenta de los santos huevos que tuvo el pájaro cuando no sé de qué abstrusa manga se saco eso de que “ a partir del momento en el que yo me impido el uso de una mujer, que de ese modo se hace disponible para otro hombre, hay en algún lugar un hombre que renuncia a una mujer que se convierte, por ello, en disponible para m픡Me cago en dios agüita pal mono que sale con el culo quemado de la hoguera..! En buena se metió el amigo Claude. Como para decirle que no o que sí. Yo ahí lo dejo, sin más; y quien quiera opinar que opine, pero que por favor no lo haga después de haber pasado la noche en una discoteca...

5/11/09

¿OCTUBRE? ¿YA?

Ha pasado ya octubre y apenas he tenido ocasión de darme cuenta. Los días, las semanas se agotaron como enfrascados en una clepsidra diminuta e inevitable. Y ha sido precisamente ahora, en octubre, mes liminal por excelencia, cuando he advertido que hace tiempo que no amo. Aunque esto, en realidad, no es algo que me preocupe relativamente. Darse cuenta de la poca importancia que tiene todo es una bendición que a veces te produce una extraña cefalea. Que es, imagino, lo que me está ocurriendo a mí ahora, en este preciso instante en el que, mientras tecleo esta bazofia, la verdad reveladora de que ahí fuera habrá gente tal vez amándose desesperadamente, tal vez odiándose del mismo modo, me retrepa como una hambrienta serpiente de venenos ya conocidos. Pero me conformo con lo que tengo, que sé que no es poco; y decido hoy, y sin que sirva de precedente, no formularme preguntas que, aun encontrando la maldita respuesta, sé que de nada me servirían mañana. Así que decido apagar el ordenador, recalentar ese estupendo bote de albóndigas pleistocénicamente precocinadas y entregarme a la generosa anatomía del sofá, para amueblar esta vez la espera con una de esas telecomedias absurdas que tanto gustan a los hijos de nuestro tiempo.
Que así sea.

4/11/09

PEQUEÑOS FRAGMENTOS DE AMOR PRETÉRITO

I

de la misma manera que hoy te amo
sé que mañana podré odiarte

y eso te hace perfecta


II

quererte más que a mi vida
no implica
necesariamente
quererte demasiado


III

no sé si existes
si has existido
pero me dueles
y con eso basta

ROL

sólo
seré libre
cuando
deje de ser
yo

2/11/09

COSAS QUE PASAN ALGUNAS TARDES

Padezco de ansiedad. Brotes que periódicamente me supuran hasta dejarme como el cascarón vacío de un caracol. El proceso es lento: comienza con esa excitación nerviosa que se apodera de ti y que crees solo poder mitigar a base de cigarrillos; luego comienzas a dar paseos en círculo recorriendo inútilmente la habitación; el llanto no tarde en llegar, nervioso, casi esquizofrénico; sientes un cosquilleo que te paraliza la mano, luego el brazo, la boca..; entregado ya a la sensación de angustia, un soplo como una nausea a la que ni te molestas en buscar respuestas porque bastante tienes con encontrar la salida del laberinto de espeso asco en el que te hallas; pasan minutos largos como décadas hasta que caes fulminado –la respiración en perpetua e incontrolable arritmia – sobre una cama o en un sofá o en el suelo directamente; te aovillas; proteges tu pecho con las piernas y acomodas la cabeza supinamente entre ellas y esperas; esperas a que el huracán pase, a que el ojo del vórtice se aleje de una vez por todas y hasta la próxima. Y luego, al fin, la calma; el burdo gozo que te procura la más sincera indiferencia, esa genuina ataraxia de la que tanto debieron hablar los epicúreos. Y entonces ya da todo lo mismo, respiras, te levantas, buscas la silla frente al ordenador y tecleas esto.

Quien padece de ansiedad sabe perfectamente a lo que me estoy refiriendo.
Es lo que me acaba de suceder.
Sólo quería contártelo.

1/11/09

LA MECÁNICA; UNA CIENCIA DEMASIADO EXACTA

Hay algo mecánico en todo esto. Me refiero a despertar un domingo con la sensación de haber participado la noche anterior en la batalla de las Termópilas pero sin poder asegurarlo al cien por ciento; levantarte; arrastrar tu cuerpo hacia la taza del váter y sentarte hasta que se esfuman las toxinas cañerías abajo; rogarle acto seguido un poquito de clemencia al agua tibia de la ducha; asearte frente al espejo con esa cara de pastosa incredulidad que te procura la ausencia de memoria inmediata; abrir las persianas; comprobar como el otoño se convirtió en reminiscencias de épocas pasadas; encenderte el primer cigarrillo y acompasarlo con una taza de lo que tiempo atrás pudo haberse llamado café.
Hay algo mecánico en todo esto, sí. Muchos años ya desde que se estrenó esta comedia absurda que no ha hecho otra cosa que repetirse una y otra vez con la aburrida euritmia de quien se sabe el guión, los personajes y sobre todo el desenlace. Menos mal que me queda la escritura. Al menos hay algo aún con lo que poder entretenerse.

28/10/09

el tiempo nos derrotará
me decias

cadáver que una vez
tuviste nombre

y al páramo pedirás
que una voz repita su música

pero el eco desoirá lo dicho
y ya no existirás
sino en el vientre de este poema

26/10/09

CON LA CERVEZA AL CUELLO

— Lo que a las mujeres nos gusta es que nos hagan reír. Una borrachera puede resultar divertida; un borracho no.
— Vale, vale; sé por donde vas. Oye, ¿por qué no me llenas el vaso?
Nora se alejó hacia el grifo con mi vaso vacío y aureolado de tímidas franjas de espuma. Dobló el gatillo y precipitó la cerveza sobre él. Regresó.
— Toma. No sé por qué consiento que te emborraches aquí todos los días, de ese modo no conseguirás nada.
— Quizás porque te gusto, solo que no quieres reconocerlo o simplemente aun no te has dado cuenta. Esas cosas tardan en germinar.
— Imagino que si estuviera Rubén no dirías eso.
— Si estuviese Rubén me serviría sin rechistar todo cuanto yo le solicitara.
— Será porque no te quiere como te quiero yo.
— Vaya..., con que esas tenemos. Creo que el servicio está vacío...
— Oh, vamos. No me jodas Godoy.
— Era precisamente eso lo que te andaba proponiendo.
— Que te jodan, me oyes.
Eché un trago. No hacía mucho que habían cambiado el barril y la presión de la bomba no debía estar en su punto porque la cerveza caía tibia hacia mi estómago; un extraño dolor en la sien comenzaba a despertarse. Eran las cinco y media de la tarde, y este vaso hacia el sexto; algo de todo esto tendría que ver con la migraña.
Encendí un cigarro. Winston. No me gusta el Winston, me coloca demasiado y además es caro. No sé por qué, pero cuando entré en el estanco eso fue lo que pedí. Me salió solo, como si no fuera yo el dueño de mi voz. Algo parecido me sucedió la otra noche. Llegué a un bar borracho de tintos secos; el camarero me preguntó: un gin tonic, le solté; no me di cuenta hasta que regresó con la copa. Me quedé mirándola, pensé que se había confundido y estaba a punto de decírselo cuando el tipo me dijo que si no era eso lo que yo había pedido. Sí, claro, le dije. No le presté demasiada atención. Me lo bebí y punto. Sabía rico y me arregló el estómago. Al cabo de unas horas no obstante acabaría vomitando, aunque eso fue otra historia diferente.
— De todas formas a esa chica le gustas —al otro lado de la barra Nora se acercó de nuevo a mi banqueta—; se le nota en los ojos, en la forma de mirarte, aunque ya te habrás dado cuenta de ello.
— La verdad es que no. De hecho no recuerdo muy bien su cara.
— No me extraña nada.
El endiablado humo del winston ya se había apoderado de mi cabeza. El dolor se extendió por todo el esfenoides como una bomba hidráulica. Decidí apagarlo.
— Aunque como no te andes listo esa chica te dará largas antes de que muevas ficha.
— ¿Cómo se llama? Violeta, ¿No era así?
— Violeta era como la llamabas tú la otra noche, pero no se llama así. Creo que Leticia o Verónica o algo parecido. Lo de Violeta se lo decías por un royo que contaste a voz en grito sobre nombres y colores. Creo que su nombre te recordaba ese color.
Si para algo sirven los amigos es precisamente para eso: son ellos los que se encargan de recordarte tus andanzas etílicas; a veces solo les falta colgarse una levita negra y empuñar un martillo de madera en la mano derecha y una peluca de rizos blancos para parecer los jueces de lo que ellos entienden tu triste existencia. Pero Nora tiene unas tetas como globos de cinco duros henchidos a reventar de agua, y solo por ello le permito que tenga este tipo de veleidades conmigo. Nada más.
Apuro el vaso de un último trago y lo dejo caer sobre la barra. Al otro lado ella me escruta a través del pálido azul de sus ojos. Mi entrepierna se dilata y endurece; si ella quisiera me la follaría en el baño ahora que no hay demasiados clientes en el bar de su marido; por detrás y sin apartar apenas el delgado tirachinas que viste por tanga. Pero lo que espera es que abra la boca para bramarle otra cerveza. No pienso hacerlo. Me dejo caer de la banqueta y a duras penas consigo robar de mi bolsillo un par de monedas; todo lo que tengo. Las poso sobre la barra, junto al vaso vacío.
— Es todo lo que tengo.
— Es igual. Con esto me vale; y siéntate que invito a otra ronda. Esta vez te acompaño.
Nora es una verdadera mujer con carita de ángel y cuerpo de diosa. Sé que a mi manera la quiero; y ella, a la suya, también.
Al acabar el vaso la besaré en las mejillas, le guiñaré el ojo y me lanzaré a la calle para hacer no sé muy bien qué.

24/10/09

Soy
lo que me permito
ser

una tensión
de opuestos

no soy
coherente

no tengo
principios

o
los tengo
todos

20/10/09

MÓDULO B

Las variaciones del clima alteran el carácter de los reclusos. Una cuestión hormonal que pasado el primer año de internamiento acabas comprendiendo. El tiempo cambia todo lo rápido que las horas se lo permiten, y pronto caerán las primeras lluvias, el bochorno de las tardes, la enfermería atestada de meninjíticos en plena crisis de identidad fisiológica.

Espesos mantos de vapor cabalgan un cielo anaranjado cuando todavía no nos es permitido salir de las celdas, pero yo nunca he contenido el sueño lo suficiente como para disfrutar de él.

El cigarrillo se consume, tal vez lo haga también yo, aunque siempre he procurado simular lo contrario, y las horas gotean su pestilente lentitud a mi alrededor, sin demasiada prisa, porque todavía no se ha inventado un reloj que marque las horas aquí dentro.

El Cuña se mantiene en el habitual duermevelas de costumbre, entre estertores y escalofríos. Siento lástima por él, un cáncer de bronquios va firmando poco a poco su verdadera sentencia y ni siquiera es capaz de advertirlo. Uno acaba creyéndose sus propias mentiras cuando no queda nadie a quien contárselas. Al pobre diablo le encerraron hace cuatro años por follarse a un niño y en cierto modo le envidio, su condena nunca será mayor de tres años mientras que la mía…, prefiero no pensar en ello.

Los funcionarios del turno de mañana comienzan a ocupar sus puestos de trabajo.

No tardará en llegar el pitido que nos devuelva a la vida.

19/10/09

NADA

Un insecto en la
esquina
absorto ante la meada
de Dios
sin párpados ya
quieto sobre el
linóleo –lo más parecido
al cielo
a una nube
a la nada– pero nada
lo ama
y es libre.
Dios sacude su falo sobre la pila bautismal
y se marcha
y el insecto
no comprende nada
absorto
en la esquina

18/10/09

EL DILEMA DEL PROFESOR

Cuando entro en una clase y despliego el bagaje de útiles sobre la mesa y me siento frente a ella y adopto esa imagen hierática que me caracteriza, cruzadas las piernas, la mano sosteniendo pomposamente una barbilla en actitud reflexiva; es entonces, digo, cuando el silencio o algo que se le parece impregna la sala como en los albores de un concierto sinfónico. Después, son mis palabras las que brotan, pausadamente, con una estudiada cadencia interpretativa. Los gestos, la secuencia de movimientos al pie de la pizarra, el tono quedo de una voz afectada, una fingida mirada de agresiva expresividad triangulando por entre los pupitres... La docencia es un arte, una suerte de espectáculo no reconocido. Y como todo arte, la mentira existe, está ahí, palpable, pieza imprescindible sin la cual no es posible el ejercicio comunicativo que es, al fin y al cabo, a lo que debe reducirse esta profesión mía.
La mentira, como una manera de contar verdades siempre discutibles.

17/10/09

DIÁSPORA

Achico el agua
límpida
que entra en este cayuco
de mugre con forma de poema
(que las palabras que sangran vacíos
sean mi único equipaje en esta
huida hacia ninguna parte)

Emigrante de si
mismo; ahíto
como el niño que nace expelido tras la duda
de un amor ficticio;
desnudo de miserias reales; preso
en un cerebro adiestrado para saciarse de vómito.

Necesito la esperanza de que Dios exista
para que mis odios urdan una grafía
plausible.

14/10/09

Lo que me habita
es
lo que no arde

ajuares
que el fuego tan solo lame

donde escrito están
tu olor
tu forma
tu nombre

aquello
que hallarán mis hijos

no los tuyos.

12/10/09

ESCRIBIR UNA HISTORIA, CONTAR UNA HISTORIA

Todo escritor que se precie (y me refiero a los buenos escritores) corre el riesgo de enfrentarse a la realidad y acabar intelectualizándola. Es un error, desde mi punto de vista. Una fácil equivocación sobre la que poder caer. Teniendo en cuenta los tiempos que nos han tocado vivir, resulta de lo más burdo y sencillo forjarse opiniones. Para ello no se necesita ni tiempo, si además atendemos a los niveles de contradicción a los que estamos expuestos diariamente. No es lo mismo escribir una historia que contar una historia. Lo primero se traduce en un ejercicio imaginativo donde el hecho real y el ficticio se soslayan y confunden para acabar resolviendo un esbozo de petulante verdad. Lo segundo, contar una historia, es, bajo mi punto de vista, el ejercicio más noble y astuto al que puede aspirar todo escritor. La realidad no necesita edulcorantes ni aromatizantes porque ella misma apesta al inquietante aroma de la verdad. Bien es cierto que puede existir, y de hecho existen, heterogéneos modos de contar una misma historia, y la literatura rebosa de ejemplos que así lo constatan, métodos que pueden rebajar la verdad a un mero hecho imaginativo, como pueda ser el cuento, pero que nadie podrá discutir que de ella parten. Hay escritores que solo saben escribir, pero yo lo que busco son contadores de historias reales en las que el lector tenga la licencia, y en algunos casos la necesidad, de zambullirse en ellas hasta hacerlas suyas. No sé si me explico, pero cualquier cosa ajena a esto acaba resolviéndose en barata y engreída intelectualidad. En fin, la literatura apesta a semidioses autoconvencidos artífices de su propia pompa y circunstancia, y yo, por supuesto, me cago en dios.

8/10/09

SALE EL SOL, ENCIENDO UN CIGARRILLO

Kenia acaba de entrar en la habitación. Aun es pequeña, apenas un mes desde que fue alumbrada en algún viejo callejón del centro por una gata que probablemente ya ni recuerde. Es pequeña, digo, pero logro percibir sus pisadas desde la cama; jugar con algo, tal vez un fleco que descuelga desde la manta. El maullido de Sombra le delata: está sobre la cama y aun no me había dado cuenta. Son las nueve y media de la mañana de un lunes fresco y soleado de primeros de octubre y no hay nadie en la casa, salvo yo y mis dos gatos, y un silencio agradecido al que ya me he acostumbrado después de varios meses de estancia en mi nuevo hogar: un pequeño apartamento de soltero a dos kilómetros de la ciudad, en un pueblecito desde el que es posible admirar el perfil, a lo lejos, de la ciudad vieja. Nunca he sido muy perezoso, y una vez que me desvelo poco es el tiempo que resisto bajo el abrazo de las sábanas. Así que decido levantarme, ir al baño (Sombra y Kenia, curiosos, detrás), vaciar mi vejiga mediante un largo y torpe chorro de orina amarillenta. La erección es considerable, lo que me obliga a esforzarme en la micción y en consecuencia salpicar de orín los alrededores de la taza. Cuando al fin consigo drenarme, la luz del servicio ilumina en el espejo un rostro somnoliento y despeinado, me ofrezco un poco de agua y la cosa no parece mejorar demasiado. En la cocina (bueno..., salón cocina en realidad) la oscuridad es total, hasta que abro las persianas y una brecha de luz me achica las pupilas hasta hacerlas desaparecer. Nada más abrir la ventana los pequeños saltan al alfeizar para recoger los tímidos rayos de luz que caen desde un cielo aun joven. Una maya metálica les impide la huida, porque en el fondo sé que soy su carcelero. Lo primero que siempre hago antes de llenarme un tanque de café con leche es encender la radio. Eso ahoga el silencio, y también otros fantasmas que quien ha vivido o vive solo conoce perfectamente. Una animada voz pregona con soltura las noticias matutinas: normalmente un cúmulo de miserias, catástrofes y otras afecciones humanas que ocurren casi siempre demasiado lejos como para lograr que alguien en realidad pueda preocuparse. Pero hoy no hay café, al menos en la cafetera, lo que me obliga a ponerme manos a la obra: desenroscar, limpiar tímidamente, colmar el tamiz de colombiano, llenar el depósito de agua, volver a enroscar, encender el fuego, esperar... aprovecho el momento para liarme un cigarrillo porque aun es demasiado pronto y hay demasiada pereza para aplicarse a la pipa. Al cabo de unos minutos la cafetera comienza con su ronroneo burbujeante parecido al que imagino que harían aquellos hornos antiguos que alimentaban las locomotoras de siglos pasados. El olor a café es una bendición que impregna con su aroma la estancia entera. Los gatos regresan con insistentes maullidos del alfeizar, la mecánica de los días y la rutina nos ha adiestrado a los tres, pues sabemos lo que toca. Cambio el agua de sus recipientes y en los otros añado piensos diferentes aunque sé que de poco sirve, al final acabarán intercambiado la manduca. Prohibir algo a alguien es siempre la opción menos inteligente desde luego. Parece que tras las primeras caladas el café ha decidido enfriarse un poco, lo saboreo a base de pequeños sorbos. Siempre he sido un tipo nervioso, de manera que no pasa mucho tiempo hasta que la cafeína comienza a hacer mella en mí. Es en ese momento cuando todo empieza en realidad: el día, la rutina, las horas que cruzan monótonos relojes, la sucesión de caras, de fútiles acontecimientos, de esperas que nada tienen que ver con lo que nos habíamos imaginado años atrás. En fin, se ha desplegado el atrezzo y con el todo la tramoya y su mecánico engranaje. Aquí me detengo, pues. Lo demás es pura inercia.