29/11/09

AROMAS

Es tu olor
ese olor que tienes hijo
de perra

lo que me vuelve loca.
El resto en ti es basura
pero tu olor
hijo de perra
tu olor...

28/11/09

LOS HIJOS DE NUESTRO TIEMPO

Qué tendrán los centros comerciales que tanto gustan a los hijos de nuestro tiempo.

Me he visto en esas, esta misma mañana. La cosa apuntaba maneras cuando he llegado con el coche: la balsa de asfalto que hace las veces de aparcamiento estaba atestada de vehículos. Familias precedidas por el habitual carrito de la compra (que de carrito tiene bien poco, por ora parte), lista en mano para colmar hasta las trancas su buche o de regreso a sus coches. Cuando he conseguido carroñear (y digo bien, carroñear) una plaza y me he bajado del Kia y me he adentrado en el mausoleo capitalista, el asunto se ha puesto más interesante aún. El peregrinaje de idas y venidas parecía una de esas ramblas que se anegan con la gota fría a finales de septiembre. Cuidado es poco lo que había que tener si no querías ser arrastrado por la marea de compradores o atropellado directamente por alguno de esos trastos que parecen blindados en miniatura y que antes hemos llamado carritos de la compra. La oficina de correos está a la entrada, así que allí me colé, no sin esfuerzo de caminante sin camino. En realidad, el verdadero motivo de mi visita era ese: la oficina de correos. Hacía unos días me había llegado una notificación de la dirección provincial de tráfico donde aseguraban que, a razón de la no obediencia en la orden de alto de un agente para la realización de un rutinario control de alcoholemia, se iniciaba contra mi un proceso de sanción por falta grave que concluiría con la pérdida de cuatro puntos, el pago de 150 euros y la retirada temporal del permiso de circulación durante al menos dos meses. Maravilloso. Sobre todo para mí, que dependo del vehículo todos los días para desplazarme a mi trabajo. Bueno, cuando uno juega al límite corre riesgos proporcionales y este, a decir verdad, es el menor de todos ellos si tengo en cuenta el estado de etílica embriaguez en el que me hallaba aquella fatídica madrugada de principios de septiembre.

Bueno. A lo que iba.

El caso es que me encontraba en la oficina de correos, multa en mano, aguardando una endiablada cola y soportando una calefacción cuyo termostato debía de medirse en grados fahrenheit. Me tocó el turno. Al otro lado del mostrador un funcionario con la pinta del jorobado de Notredame y agradable después de todo me atendió con diligente prontitud. Envié por certificado mis pertinentes alegaciones que ni yo era capaz de creer y salí de la oficina rumbo de nuevo a la riada. Decidí adentrarme, bregando entre la multitud desaforada, avanzando más torpemente y con menores resultados que durante el frente franco-alemán de 1917 en la Primera Guerra Mundial. Al final conseguí llegar a la peluquería. Ese era otro de los objetivos de mi arriesgada expedición: darle un buen repaso a mi hirsuta cabellera. Dentro no había menos gente; las chicas, no menos de diez, distribuidas a lo largo de un estrecho pasillo que hacía las veces de local, daban buena cuenta de las cabelleras de clientes variopintos. Igualmente me atendieron con rapidez (es lo que tiene el siglo XXI y que la humanidad se haya adiestrado en el estrés crónico; alguna ventaja debería de tener después de todo). Una chica con acento cubano o venezolano (soy muy malo para eso) me ordenó sentarme en una de las sillas a la derecha del oblongo pasillo y comenzó con la faena. Cortarme el pelo es algo que me encanta, he de reconocer. De hecho lo suelo hacer cada quince días aproximadamente. Hay algo ceremonioso en todo ello. Liminal, me atrevería a decir. Tú te relajas mientras unas manos extrañas adecentan el poco o mucho pelo que a uno le pueda quedar. Es mi sustitutivo de ir a misa. Una ceremonia cívica en la que el iniciado respeta y acata las reglas del juego social que de pequeño le es inculcado con o sin vía intravenosa de por medio. Luego uno paga y se va. De todas formas ya no existen barberías como las de antes. Esos viejos y diminutos locales regentados por hombres rudos y silenciosos que te sentaban en esos trastos más parecidos a un paritorio que a otra cosa y que llevaban a cabo su trabajo con una profesionalidad y un minucioso detalle que a uno le dejaba la boca abierta. Durante mis años en Valladolid tuve la suerte de frecuentar una barbería así, como sacada de las esquelas de otro tiempo. Me pregunto qué será de ella, si seguirá en pie o habrá sido engullida por la bestia urbanística. Probablemente lo segundo; nada escapa a la fiebre capitalista que a todo pone fecha de caducidad. Y es que siempre he creído firmemente en la idea de haber nacido en la época equivocada. Tal vez un siglo XVIII o XIX hubiera estado bien. Haber experimentado de cerca el proceso de inoculación de un mundo obsoleto, y el advenimiento de este otro que ha dado forma a nuestros días, nuestras mentes y nuestros cuerpos. No hubiera hecho nada por cambiarlo de todas formas. Mi relación con la Historia es la de un mero ejercicio contemplativo. La esperanza, si debí tenerla alguna vez, fue cuando aún carecía de noción de conciencia. Y ahora ya es demasiado tarde para educarme en otra cosa que no sea el sarcasmo.

El caso es que la latinoamericana terminó su trabajo y como mandan los cánones smithianos de la ley de la oferta y la demanda pagué y me marché de allí (a razón del precio precisamente eso era lo que tenía que haber hecho: demandarles). La cosa seguía igual de entretenida afuera. Me armé de valor y continué mi particular peregrinaje. En la sección del macrosupermercado el volumen de gente era aun mayor, pero las descomunales proporciones del mismo permitían ciertas licencias. Saqué la lista de la compra y empecé la procesión. Nunca se me ha dado bien esto de encontrar los productos en gigantes así. Siempre acabo más perdido que un bosquimano en Manhattan. De manera que siempre me veo obligado a solicitar la ayuda de los operarios. ¿Dónde está el café?, ¿la leche? ¿el papel del culo? ¿tenéis mojo palmero? ¿soja texturizada? Una locura vaya. El único lugar donde pude sentirme relativamente a gusto fue en la sección de vinos. Allí todo eran hombres de serios rictus, examinando detalladamente los caldos embotellados. La oferta era generosa. Me picó el gusanillo y me regalé un Protos del 2007; una delicia que pienso abrir esta misma noche y con la que voy a homenajear una velada, intuyo, interesante.

En contra de lo que uno pueda pensar, sobre todo si habitas en una ciudad de tamaño medio si no pequeño como la mía, los centros comerciales no son espacios (o no lugares, como le gustaba llamar al señor Augé) para el individualismo o el anonimato. Nada más lejos de la realidad. Y más un sábado por la mañana. Allí no hay tregua. Y siempre me pasa lo mismo; aún no sé cómo no he escarmentado con los años. Voy a lo mío, pensando en mis cosas, refugiado y absorto en mi mismo; y siempre aparece alguien, algún conocido, si hay menos suerte un familiar, que te asalta sin importarle lo más mínimo lo que estés haciendo o la prisa que en ese momento tengas, para abrasarte con preguntas tan carentes de interés como formales deben resultar al trato civilizado. Se me debe quedar siempre cara de emasculado gilipollas. Como si las dos únicas neuronas que parecieran quedarme acabasen de chocar en ese preciso instante en la inmensidad de un cerebro vacío. No es que sea asocial; de hecho pocos trabajos requieren tantas habilidades sociales para poder medrar en ellos como el mío. Pero es que ya me he habituado a su contexto, y fuera de él mi pereza ya no es pereza, es reconocida y profesada indolencia.

Así que cogí todo lo que tenía que coger y con la vista clavada en las baldosas que pisaba me apresuré hacia las cajas de pago. Obviamente las colas allí eran descomunales. Y eso a pesar de las más de treinta chicas empleándose a destajo en sus diferentes puestos distribuidos a todo lo ancho del almacén. Tuve suerte, no obstante, y encontré una caja semivacía en la que un cartel anunciaba que sólo se admitirían clientes con una compra no superior a diez productos, que era exactamente lo que llevaba. Allí me quedé. Tuve una sensación rara. Como si la gente de colas vecinas me observara con aires de desmedida displicencia. Como ofendidos. No sé muy bien si por haber encontrado hueco en una fila apenas despoblada o por vacilar de esa manera ante el sacrosanto sacramento del consumo. En cualquier caso pagué religiosamente cuando me llegó la vez y me largué de allí.

Afuera la mañana seguía siendo fría y despejada. Busqué el Kia y metí las cosas en el maletero. Cuando me quise dar cuenta ya había dos coches al lado peleando por quién sería mi sustituto en aquel aparcamiento (carroñeando, había dicho más arriba).

Encendí el motor y, con el embrague pisado a fondo, puse la marcha atrás.

No me quedé para ver el desenlace de la contienda

26/11/09

POR ESO ME FUI

cuando tú me dejaste,
la ciudad se quedó vacía

18/11/09

HASTA PRONTO A LAS ARMAS

Me siento frente al escritorio como cada tarde, la pantalla blanca del ordenador ofreciéndoseme como una mujer hambrienta, he comenzado a teclear las primeras palabras, torpemente, sin demasiada convicción, de una manera mecánica, casi rutinaria. Lo que tengo son los despojos del día, eso que nadie quiere, escoria desechada sin ningún tipo de utilidad ni beneficio. No tengo nada qué decir, aun no existe nada por lo que deba justificarme y a lo que mi credo deba doblegarse. No creo en dios ni él en mí tampoco; pero todo está bien, así no nos debemos nada. Mis únicos proyectos son la esperanza de poder ducharme con agua tibia y que mis gatos tengan a bien dejarme dormir plácidamente esta noche. Quizá lea algún poema antes, mientras paladeo una taza de amarga achicoria recostado en la cama. Y así, sin más, concluiré el día; en tregua con el mundo.

16/11/09

MADRE

Madre
el anciano que seré llevará tu sangre

sangre que dejará de ser nuestra
cuando los insectos que habitan la tierra
se adueñen de mis cenizas
y entonces
y sólo entonces Madre

nuestros nombres serán nada
silbido del viento.

14/11/09

HABRÁS DE BEBERME

Mi sexo acaricia tu lengua amoratada
dormida y queda en tu lecho de frágil fuego
de cenizas que forjaran espejos
con los ojos cosidos al océano

mi sexo endurecido por la rabia de no usarte
sino muerta
despojo dúctil ya como la piedra gema
que mi semen que no es mío motea

habrás de beberme hasta el vacío, vida mia
y que tu nombre no signifique nada
en la inmensa nada de otros nombres

12/11/09

HEREDAD CERCENADA

Mi ansia
fue tu veneno

que yo lamí de esos labios
siempre tuyos

siempre
tuyos


incluso ahora
mientras araño tu cadáver
y te rezo: maldita perra
vida mía.

7/11/09

¿QUÉ SE SUELE HACER CON TODO ESTE MONTÓN DE HORAS?

Siempre hay un motivo para la queja; porque supongo que nos pasamos demasiado tiempo buscándole excusas a esta nuestra insípida existencia. Hoy, por ejemplo, es sábado y, por extraño que parezca (al menos a mi me lo parece), he amanecido pronto y sin resaca. Bueno, un poco de novedad en mi vida, pensé. Y me he puesto manos a la obra: barrer, limpiar el polvo, fregar los cacharos que desbordaban ya la pila, corregir unos cuantos exámenes y rellenar inútil papeleo de índole burocrática y desmedida (las malditas programaciones curriculares, especifico para algunos profesores que tal vez me lean). Y el caso –a lo que iba –es que son las doce de la maldita mañana y ya no se me ocurre qué poder hacer para entretenerme. Hasta bajé hace un rato a la farmacia para comprarme una cajetilla de chuchú (soy adicto a la oximetazolina: una herencia que mis padres me dejaron y a la que llamamos así por aquello de la cotidiana familiaridad del principio activo en nuestras vidas). Hasta he pensado en masturbarme de puro aburrimiento, pero resulta que eso ya lo hice dos veces y no considero nada saludable, por una cuestión diletantemente química, esquilmar mis reservas seminales. Así que con eso y con todo me he puesto a teclear esto. Y ahora que me acerco al final de mi reflexión puedo decir, con cierto orgullo he de reconocerlo, que tengo claro y meridiano que esta noche pienso agarrarme una tranca de esas por las que acaban a uno hospitalizándole. Al menos sé que mañana me ahorraré otro calvario como este.
He dicho.

6/11/09

TEORÍA DEL INTERCAMBIO DE MUJERES, por Claude Levi Strauss

Pensando en la validez del discurso estructuralista del recién fallecido Levy Strauss (no es coña, lo estoy haciendo), me doy cuenta de los santos huevos que tuvo el pájaro cuando no sé de qué abstrusa manga se saco eso de que “ a partir del momento en el que yo me impido el uso de una mujer, que de ese modo se hace disponible para otro hombre, hay en algún lugar un hombre que renuncia a una mujer que se convierte, por ello, en disponible para m픡Me cago en dios agüita pal mono que sale con el culo quemado de la hoguera..! En buena se metió el amigo Claude. Como para decirle que no o que sí. Yo ahí lo dejo, sin más; y quien quiera opinar que opine, pero que por favor no lo haga después de haber pasado la noche en una discoteca...

5/11/09

¿OCTUBRE? ¿YA?

Ha pasado ya octubre y apenas he tenido ocasión de darme cuenta. Los días, las semanas se agotaron como enfrascados en una clepsidra diminuta e inevitable. Y ha sido precisamente ahora, en octubre, mes liminal por excelencia, cuando he advertido que hace tiempo que no amo. Aunque esto, en realidad, no es algo que me preocupe relativamente. Darse cuenta de la poca importancia que tiene todo es una bendición que a veces te produce una extraña cefalea. Que es, imagino, lo que me está ocurriendo a mí ahora, en este preciso instante en el que, mientras tecleo esta bazofia, la verdad reveladora de que ahí fuera habrá gente tal vez amándose desesperadamente, tal vez odiándose del mismo modo, me retrepa como una hambrienta serpiente de venenos ya conocidos. Pero me conformo con lo que tengo, que sé que no es poco; y decido hoy, y sin que sirva de precedente, no formularme preguntas que, aun encontrando la maldita respuesta, sé que de nada me servirían mañana. Así que decido apagar el ordenador, recalentar ese estupendo bote de albóndigas pleistocénicamente precocinadas y entregarme a la generosa anatomía del sofá, para amueblar esta vez la espera con una de esas telecomedias absurdas que tanto gustan a los hijos de nuestro tiempo.
Que así sea.

4/11/09

PEQUEÑOS FRAGMENTOS DE AMOR PRETÉRITO

I

de la misma manera que hoy te amo
sé que mañana podré odiarte

y eso te hace perfecta


II

quererte más que a mi vida
no implica
necesariamente
quererte demasiado


III

no sé si existes
si has existido
pero me dueles
y con eso basta

ROL

sólo
seré libre
cuando
deje de ser
yo

2/11/09

COSAS QUE PASAN ALGUNAS TARDES

Padezco de ansiedad. Brotes que periódicamente me supuran hasta dejarme como el cascarón vacío de un caracol. El proceso es lento: comienza con esa excitación nerviosa que se apodera de ti y que crees solo poder mitigar a base de cigarrillos; luego comienzas a dar paseos en círculo recorriendo inútilmente la habitación; el llanto no tarde en llegar, nervioso, casi esquizofrénico; sientes un cosquilleo que te paraliza la mano, luego el brazo, la boca..; entregado ya a la sensación de angustia, un soplo como una nausea a la que ni te molestas en buscar respuestas porque bastante tienes con encontrar la salida del laberinto de espeso asco en el que te hallas; pasan minutos largos como décadas hasta que caes fulminado –la respiración en perpetua e incontrolable arritmia – sobre una cama o en un sofá o en el suelo directamente; te aovillas; proteges tu pecho con las piernas y acomodas la cabeza supinamente entre ellas y esperas; esperas a que el huracán pase, a que el ojo del vórtice se aleje de una vez por todas y hasta la próxima. Y luego, al fin, la calma; el burdo gozo que te procura la más sincera indiferencia, esa genuina ataraxia de la que tanto debieron hablar los epicúreos. Y entonces ya da todo lo mismo, respiras, te levantas, buscas la silla frente al ordenador y tecleas esto.

Quien padece de ansiedad sabe perfectamente a lo que me estoy refiriendo.
Es lo que me acaba de suceder.
Sólo quería contártelo.

1/11/09

LA MECÁNICA; UNA CIENCIA DEMASIADO EXACTA

Hay algo mecánico en todo esto. Me refiero a despertar un domingo con la sensación de haber participado la noche anterior en la batalla de las Termópilas pero sin poder asegurarlo al cien por ciento; levantarte; arrastrar tu cuerpo hacia la taza del váter y sentarte hasta que se esfuman las toxinas cañerías abajo; rogarle acto seguido un poquito de clemencia al agua tibia de la ducha; asearte frente al espejo con esa cara de pastosa incredulidad que te procura la ausencia de memoria inmediata; abrir las persianas; comprobar como el otoño se convirtió en reminiscencias de épocas pasadas; encenderte el primer cigarrillo y acompasarlo con una taza de lo que tiempo atrás pudo haberse llamado café.
Hay algo mecánico en todo esto, sí. Muchos años ya desde que se estrenó esta comedia absurda que no ha hecho otra cosa que repetirse una y otra vez con la aburrida euritmia de quien se sabe el guión, los personajes y sobre todo el desenlace. Menos mal que me queda la escritura. Al menos hay algo aún con lo que poder entretenerse.