31/12/09

CAMBIOS

He cambiado, me digo.

Ya no soy el mismo
que hace un rato.

Será esta ciclotimia.
Será.

29/12/09

LO SIENTO

Fue en la estación de trenes
de Medina del Campo.
Estabas cansada y decidiste quedarte.
Era de noche.
Te robaron hasta los calzoncillos
y las bragas sucias.
Tu cara, cuando llegué, era un poema
imposible de reproducir en este otro
y no hubo manera humana
de aplacarte aquellas lágrimas.
Ahora lo sé:
fue mi culpa.
Estaba tan borracho
que me perdí
de camino al pueblo, de comprar
dos bocadillos de rancio jamón serrano
que ni siquiera nos comimos

A veces,
me acuerdo de ti.
Pero sólo a veces.

26/12/09

21/12/09

VASOS DE CRISTAL, CENICEROS, EL MÓVIL, ALGÚN LIBRO...

Me suelen dar venazos del tipo: ahora cojo y me enfado con el mundo. Y entonces me da por arrojar objetos. Vasos de cristal, ceniceros, el móvil, algún que otro libro de los estantes, cualquier cosa que tenga a mano. Normalmente lo hago sobre la pared. Romper cosas me sirve. Me relaja. Me tranquiliza. Por eso vivo solo. Porque si viviese con alguien probablemente acabaría rompiéndome la cara con esa persona. Y eso que nunca me he zurrado con nadie. Aunque a decir verdad más de una vez me lo he merecido. Pero siempre, y aunque esté mal que yo lo diga, suelo salvarme de las tundas empleando esta poderosa labia que dios me ha dado. Será por eso que me guste tanto hablar. Soy un charlatán en potencia. Será por eso que me metí a profesor. Porque necesito mi público. Sentirme protagonista de un suceso que solo yo alcanzo a comprender. Aunque eso es decir mucho. La mitad de las veces ni yo soy capaz de comprenderme. Recuerdo una vez en la que no sé cómo acabé completamente desnudo en pleno mes de octubre y bajo una pelona de cuidado. Las personas con las que estaba debieron sacudirme hasta las entrañas. Pero por una extraña razón no lo hicieron. O esa otra, en Islandia, cuando me metí en medio de un barullo que se montaron dos vikingos de metro noventa y que por un capricho de la diosa fortuna solo se quedó en risas. O aquella vez en la que un cocainómano me arrojó a la cabeza un adoquín de los que asfaltan la plaza de oriente, junto al acueducto. El pedrolo no me dio a mí. Pero sí que atinó a una chica que para colmo era la hermana del tipo que me salvó la vida. O esa otra en la que me sacaron a empujones de un garito una manada de bestias enfadadas por no sé que hostias le dije a uno en la puerta del servicio. Entonces otra manada, esta vez de gitanos más colocados que un tablero de ajedrez antes de comenzar la partida, me salvaron de la hecatombe bajo el grito ay chacho, que quieren pegar al rubio..! Por no acordarse de aquella noche en la que una cuadrilla de fascistoides de neurona y media se empeñaron en coserme a navajazos bajo la escusa de que había orinado a medio metro de donde estaban haciendo un botellón entre cántico y cántico del Cara al sol. Tengo labia, sí. Y sobre todo una flor en el culo. Porque de esas tengo como para escribir varias reediciones de El arte de insultar, de Schopenhauer; aunque con bastante menos gracia y categoría. Y todo porque me aburro. Ese es mi cáncer. Mi perdición. Me aburro soberanamente y lo único que se me ocurre para solucionarlo es montarme este tipo de películas. No me atrevería a decir divertidas; aunque desde luego entretenidas resultan un rato. Algún día, el menos pensado de todos ellos, vendrá alguien y me endosará el racimo de hostias que bien merecido tengo desde hace ni se sabe. Por eso he decidido vivir sólo. Para arrojar objetos contra la pared y que mis gatos me observen bajo la cama con la atenta mirada de quien tiene en frente a un loco. Por eso y porque las benzodiazepinas no me sientan nada bien. Me producen acidez. Gilipollas.

20/12/09

IN MEMORIAM FUGITAM (fragmento)

ya te has ido.
y me has dejado
con todo este montón de poemas
por escribir

19/12/09

PORQUERÍAS VARIAS

Hoy es uno de esos días de asco y miseria y malahostia y frío y desesperación que a uno le asaltan de vez en cuando. Todo ha sido un despropósito. Desde que me he levantado no hecho otra cosa que maldecir a voz en grito. Empezando por los gatos que me han meado los sofás del salón con su pestilente orina de jodido amoniaco. Luego he maldecido a mis padres en la habitual comida del sábado, a la zorra que me ha trasquilonado el pelo, al soplanucas que me ha vendido una tarrina de cedés defectuosos, a la puta madre que parió al técnico de la calefacción que no ha sido capaz de arreglarme el condenado termostato y que ha logrando que se me congelen hasta los pelos del culo, a la irreversible condición de mi mismo cuando me encontré en el espejo del baño.

Y para colmo son las 8 de la tarde. Esto aún se puede empeorar. Por eso he decidido aislarme del mundo. He apagado el teléfono y cerrado las persianas. No quiero ver a nadie. No quiero saber absolutamente nada de nadie, maldita sea. Hoy está siendo uno de esos días en los que sé que como salga a la calle pueden suceder solo dos cosas. Y una es matar a alguien. La otra; que el muerto sea yo. Lo noto. Está apunto de aflorarme una nueva crisis de ansiedad y ya tengo todo preparado para recibirla como merece. Esta noche soy todo suyo y de nadie más. Para cuando llegue estaré desnudo y con el culo bien abierto para que disponga a su antojo como por costumbre tiene. Va a ser una noche fantástica, lo presiento. Ella es de las pocas cosas que sé que nunca falla. Puntual, perentoria, solícita y necesaria. Será la guinda del pastel de mierda del 19 de diciembre de 2009. Pero no te preocupes por mí. Mira para otro lado. Tú sal y disfruta y emborráchate y mira a ver si con un poco de suerte duermes en compañía más tarde. En cuanto a mi; ¿te he dicho que hoy está siendo un día lamentable? ¿Te he hablado de la zorra que está mañana me ha cortado el pelo? Y de la zorra de mi gata, ¿te he hablado de ella...?

15/12/09

AUSTERIDAD

No tengo amor que me quiera
ni deseo que saciar
ni acreedor del que huir
ni dios al que doblegarme
ni libertad que me convenza
ni sueño que dormir
ni manduca que llevarme a la boca
ni esperanza que me justifique
ni nada...

Soy un pobre hombre
afortunado

14/12/09

TARTAGLIA, LUBBE Y MATTEOTTI

Massimo Tartaglia salió de su casa armado con una pequeña estatuilla del Duomo milanés escondida en el bolsillo de su cazadora. Instantes después, y tras acercarse entre la multitud agolpada, se la endosó en la cara al primer ministro de la República Italiana, Silvio Berlusconi. Al tipo le valió ser literalmente vapuleado por más de una docena de guardaespaldas apenas unos segundos después de realizar tamaña proeza.

Como es lógico, la noticia no tardó en causar un revuelo sensacionalista que se propagó a la velocidad del sonido por todos los puntos cardinales del planeta. Según afirmaron los medios, Tartaglia era un depravado mental en tratamiento psiquiátrico desde hacía la tunda de años. Claro. Qué diablos van a decir los medios, si la mayoría no son más que marionetas en manos del desdentado Il Cavaliere. Yo no voy a discutir eso. Me trae sin cuidado que Tartaglia sea o no un tarado mental. Pero lo que nadie puede poner en duda es que, de serlo, la psiquiatría o directamente la humanidad entera debería empezar a valorar la lucidez no como algo exclusivo sino como una revelación que sobreviene entre el personal con una normalidad más habitual de lo sospechado. Porque ese tipo merece ser cuanto menos canonizado. Y digo bien canonizado ya que, o mucho me equivoco, o al pájaro este le queda menos vida que a un fósil del cretácico. Y no porque vaya a ser ejecutado en juicio sumarísimo (no; eso ya no se estila en plena fiebre posindustrial y veintiunista), sino porque lo que le quede de vida posiblemente lo pase en algún centro de beneficencia para disminuidos mentales donde si tiene suerte lo menos que le puede pasar es que sea lobotomizado hasta perder la conciencia de las escaras legañosas que le encostren los ojos cada mañana. Pero eso si tiene suerte.

De todas formas la historia no está exenta de casos parecidos. Episodios que de alguna manera dan razón indeleble a esos versos de Ángel González que dicen que la historia, como la morcilla de su tierra, se hace con sangre y que ambas se repiten. Creer que la historia la escriben los grandes hombres es una estulticia que nos hacemos creer desde pequeñitos y, como todo el mundo sabe, no hay peor mentiroso que el que se cree sus propias falacias. Esto, sin ir demasiado lejos, me recuerda sospechosamente a lo que sucedió el 27 de febrero de 1933 cuando un tal Marinus van der Lubbe, comunista y a la postre demostrado títere discapacitado abstraído por el engaño nazi, se acercó cerilla en mano a prenderle fuego a un parlamento alemán ya quemado de por si aunque en sentido eufemístico. Lo que devino de aquello fue el principio del fin de una pantomima de democracia menos creíble que la paternidad del hijo de la baronesa Thyssen. Por no acordarse de ese otro ejemplo, para más inri italiano, que se llevó a la tumba a Giacomo Matteotti, también comunista, que apareció horadado por los gusanos en una cuneta perdida de la mano de dios un mes después haber sido secuestrado y tras haber denunciado abiertamente y sin el menor remiendo las censuras y corruptelas del recién estrenado gobierno de un tal Benito Mussolini.

La historia se repite, vaya. Ya lo dijo Ángel González no hace mucho. Y como también dijo ese otro sabio llamado Aristóteles –aunque éste bastantes siglos antes – es imposible hallar tanta verdad en la historia como la que se puede encontrar en la poesía.

A mi este tipo, Tartaglia, me da mucha lástima en realidad. Sobre todo porque su proeza se quedará en nada en cuanto el tiempo y la camarilla de sicarios periodísticos tengan a bien olvidar su nombre. De todas formas la imagen sangrante de Il Cavaliere con la cabeza y la nariz abiertas en canal y sin un par de dientes no tiene precio. Espero que se me quede grabada en la retina por muchos años. Será como una de esas postales que se conservan y que sirven para apostillar viajes de los que se ha disfrutado. Solo que la estampa será la de un mundo que declina la posibilidad de redimirse por pura e instruida abnegación. Y también espero que el sufrimiento que le aguarda al nuevo mártir solo sea proporcional al que padezca Berlusconi tumbado en el quirófano mientras un cirujano con más miedo que otra cosa intenta arreglarle el desaguisado de cara. Millones el hijoputa tiene, en cualquier caso.

13/12/09

AUTOVÍA DEL SUR

La luna
ahí plantada como un pedazo de uña rota
que pende de un cielo pálido,
o como la sonrisa maliciosa del destino
que no necesita ver
para comprender el pobre hombre que eres.

Son cosas así: vagas ideas, pensamientos
imprecisos que me asaltan
mientras me deslizo en un coche con otras dos personas
autopista abajo.

11/12/09

ILUSIONES

Dejé el cigarrillo
a medio hacer en la mesilla, aparté
las sábanas, el edredón y la pereza,
salté de la cama y a tientas
no sé si encendí la luz
o
la ilusión de verte.
Pero el caso fue
que cuando abrí la puerta
y atisbé entre la oscuridad
no vi nada
a nadie
salvo que en el suelo
alguien –tal vez por error –
había dejado escrito este poema.

Entonces creí
que todo había sido un sueño

Ahora
me convence más la idea
de una pesadilla

8/12/09

LOS HIJOS DE NUESTRO TIEMPO II

Yo no sé que maldita obsesión me ha surgido con los aeropuertos, pero siempre que voy a uno salgo con la misma necesidad de ponerle verbo a ese cúmulo de sensaciones que percibo cuando me adentro en ellos. No sabría explicar el cómo ni por supuesto el por qué, pero siempre me ocurre lo mismo. Luego llego a casa y todo ese montón de ideas que había almacenado en la cabeza mientras entretenía la espera, y que parecían que iban a dar forma a un texto cercano a la decencia, van y se esfuman o se atoran obstinadamente como piezas de un rompecabezas mal diseñado. Y el resultado es siempre el mismo: una suerte de estreñimiento verbal que me pone de muy mala hostia y que concluyo con un sordo carpetazo contra la mesa del escritorio. Y gran parte, lo sé, es debido precisamente a ese cúmulo de sensaciones al que me refería más arriba.

Un aeropuerto, desde un punto de vista sociológico, es un no lugar, un espacio para la sobremodernidad como dejó escrito Marc Augé al que creo haberme referido en otros momentos. Allí la gente se distribuye en una fervorosa procesión de idas y venidas; gente que llora abrazada a sus seres queridos antes de cruzar la aduana o que se arregla el maquillaje en la cola de algún servicio; gente que desfila su importancia, pasillo arriba pasillo abajo, con todo ese trajín de maletas casi teletransportables; gente que aguarda retrasos sempiternos; gente con los rostros compungidos por el miedo a despegar; gente que no aguarda otra cosa que el despiste de algún confiado viajero para usurparle los bagajes. Y todos ellos, una y otra vez, repitiendo los mismos gestos, cambiando sólo la presencia y a veces ni eso. Lugares así nos convierten en clones. Autómatas sociales que reproducen la misma conducta desde la mañana a la noche. Y por extraño que parezca uno no puede dejar de sentirse especial en su ficticio y personal melodrama de acontecimientos. Por suerte –aunque más cabría decir por desgracia –, la humanidad aún no ha llegado a ese punto de lúcida revelación que nos devolverá a la lógica de nuestra inútil conciencia de engreído y trasnochado mamífero consentido.

Y, sin embargo, algo tienen. Algo tan romántico como desprovisto de identidad que me enciende la libido. Hablo de sensaciones como: mira niña, no sé tu nombre ni siquiera si hablas mi mismo idioma pero creo que me he enamorado de ti y estoy dispuesto a dejarlo todo y embarcarme en tu mismo vuelo y vivir juntos la historia más grande jamás contada; o, maldita sea, como vuelvas a cruzar por aquí voy a verme en la obligación de pedirte que intercambies urgentemente conmigo esa delicia de manteca que escondes tras la cremallera. Cosas así. Pero todo, como obviamente has interpretado, se queda en nada; imaginería barata de quien pasa el rato preguntándose por otras vidas que no sean la suya. Y es que un aeropuerto invita a ese tipo de distracciones, a adueñarse inevitablemente del pasado y del presente de aquellas almas que caminan en direcciones ignotas. Es el signo de nuestros días. Nadie sabe nada de nadie; y todo parece correcto, estar en su sitio, ocupar el lugar adecuado, ajustarse impecablemente a la norma consuetudinaria. Aviones que llegan a su destino y que vomitan pasajeros que recogen equipajes, miserias y alegrías y se marchan para no volver hasta la próxima. Todo a una velocidad de vértigo, a un ritmo que asustaría si nos parásemos a pensar verdaderamente en ello....

Mis padres hacen acto de presencia en ese momento por la puerta número dos de la terminal uno de llegadas del aeropuerto de Barajas. Empujan una pequeña maleta de ruedines y atisban entre la multitud de curiosos el rostro del hijo que una vez fue suyo. Regresan de Hamburgo, de pasar unos días en compañía de su otra hija, la pequeña. Mi madre tiene las mejillas enarboladas por el lloro de hace unas horas. Recibo cuatro besos cuando al fin conseguimos encontrarnos entre la marabunta. Me preguntan si me he aburrido mucho esperando. Pienso en todo este montón de palabras que creo firmemente arraigadas en la memoria y les digo que no, que todo está bien. Les ayudo con el exiguo equipaje. Afuera está el Kia esperando. Y más allá, la carretera.

2/12/09

MALDITA VERBORREA

El invierno es más un estado de ánimo que otra cosa. Y supongo que estas primeras nieves, el frío rutilante de las madrugadas y la niebla gris que a todo procura un áurea de triste belleza comedida, qué son sino los puntales de algo que habita más adentro, en las profundidades de esta agnóstica terquedad de descreimientos y necedades con la que acicalo la imagen del rubio que soy.

Y lo más cojonudo de todo es que me trae sin cuidado que llegue más pronto que tarde la primavera. Ya tendré tiempo de inventarme nuevas excusas con las que poder azotarme. Ya lo dijo el artista: el pensamiento comienza en la boca. Qué no sea por palabras.

1/12/09

COMO UN NIÑO

Gemía como un niño al que le hubieran prohibido cualquier cosa. La muñeca le colgaba muerta sobre la otra mano y el trayecto de las lágrimas desaparecía a mitad de la cara.
— ¿Te duele mucho?
Volvió a gemir.
Intentó balbucir algo pero el hipo le trastabilló la lengua y sólo logró pronunciar un sonido cavernoso.
—Deberías tener más cuidado la próxima vez.
Me miró. Sentí lástima.
Cuarto de hora más tarde llegó una mujer y se lo llevó al hospital de la misericordia.
No nos despedimos.