8/11/10

PALABRAS PARA ABORTAR PRIMAVERAS

Hace cosa de dos años me telefonearon para preguntarme si quería participar en una antología de poemas relacionados con la primavera. La organizadora de la idea era la plataforma que la ciudad de Segovia había creado para dar cobertura a su candidatura como Capital Europea de la Cultura para el año 2016. Ignacio Sanz, escultor y narrador bastante conocido en la escena literaria castellana, fue quien les facilitó mi contacto. Tiempo atrás, le había enviado el ejemplar del borrador Para luego acabar todos abonando cipreses, mi primer libro de poemas.

Evidentemente acepté la propuesta. Y no sólo eso, además me ilusioné con el proyecto. Aparecer en un poemario junto a firmas como las de Juan Carlos Mestre, Peter Wessel o el propio Ignacio Sanz me supuso un empalme más que considerable que me tuvo en una nube y sin poder dormir durante varias semanas.

Poco tiempo después se volvieron a poner en contacto conmigo. La idea era enviar una selección de mis poemas de entre los cuales ellos escogerían los afortunados. Yo les advertí que mis textos no eran lo que se podría decir composiciones puramente primaverales, que de hecho jamás había escrito nada que pudiera parecerse ni de lejos a una composición paisajística. Me contestaron que eso no importaba, que el título del poemario —Palabras para plantar primaveras— era una mera escusa prosaica y que lo que verdaderamente importaba era el hecho de que un tipo de veintisiete años perdiera el tiempo escribiendo poesía. Acepté, de nuevo. Les envié un correo con algunos de mis poemas y al cabo de unos días me contestaron para decirme que los seleccionados finalmente habían sido cuatro.

Todo marchaba a pedir de boca. Una vez terminada la maquetación, conseguidas las licencias y los medios de financiación, Palabras para plantar primaveras estaría listo para ser enviado a la imprenta en marzo de 2008. El empalme me duró otra tanda de semanas.

Pero todo era demasiado bonito como para ser cierto.

A comienzos de ese mismo año, bajo las sospechas que entonces ya se tenían del incipiente descalabro económico en que nos hallamos inmersos a día de hoy, las subvenciones culturales de la Diputación de Segovia fueron esquilmadas y, con ello, el proyecto del poemario descartado y olvidado en los anaqueles de lo que pudo haber sido. Nada más volvió a saberse del tema. A partir de ese momento el dinero se emplearía en iniciativas mucho más lucrativas y con un mayor impacto mediático. Además de todo ello, se filtró la noticia de que la encargada de coordinar la antología había descartado la publicación de alguno de los poetas reunidos. La razón era el empleo indebido y gratuito que ellos hacían de un lenguaje soez, barriobajero, vulgar y declaradamente antipoético. Yo y mis poemas nos encontrábamos entre ellos.

A la tipa en cuestión la conocía de sobra. Una zorra incapaz de distinguir las Coplas por la muerte de su padre del prospecto de la píldora anticonceptiva que por ley debería serle administrada para librar al mundo del peso de su ignorancia congénita y hereditaria.

El caso es que el cabreo se me pasó y poco después me olvidé del asunto. Hasta hace unos días, cuando repasando mis archivos en el ordenador me topé con el documento en pdf de lo que iba haber sido el poemario.

Han pasado más de dos años y ya no hay cabida al resentimiento. Pero sospecho que tal vez sea hora de hacer justicia a unos poemas de los que aun no estando especialmente orgulloso, dado el tiempo que ha pasado y lo fácil que en ellos es advertir las influencias que en el momento de su composición tuvieron sobre su autor, en cualquier caso bien merecen una segunda oportunidad.

Aquí los dejo, en epitafio final:


EL FINAL DE LA NAVIDAD


Lunes
7 de enero.
Amanezco después de dos días
de borrachera
y descubro a Sombra
sobre el quicio de la ventana.
Me acerco hasta él.
Los niños al otro lado
juegan,
pasean sus bicicletas y patines.
Sus ojos brillan.
Me detengo un instante más
y pienso en los años que han pasado
desde que yo fui
cualquiera de esos niños.
No sé si son muchos,
creo que no.
La vida pasa tan aprisa
que a veces no deja tiempo
a saborear cada momento.
La vida pasa aprisa
y las cosas
siempre podía haber sucedido
de otra manera,
y aquí estoy yo,
resacoso,
acariciando una pequeña bola
de pelo negro que maúlla
frente a la ventana.
Qué sabe él,
qué sabrá nadie de todo esto,
en fin...
el olor a café llega
desde la cocina,
liaré un cigarrillo.
Hoy me obligaré a sonreír.


EL ZULO


Los peldaños de madera chirrían a cada paso.

Subo un piso, dos, tres.

Encajo la llave en la cerradura
y activo el picaporte.
La puerta también chirría al abrirse.

¿Lo hueles?

¿El qué?, me pregunta. No huelo a nada.

Eso es, afirmo,
aquí no huele.
Aquí no huele a nada.


PARA LUEGO ACABAR TODOS ABONANDO CIPRESES


Hace falta estar medio loco
para sentarse frente a la pantalla y teclear
un puñado de palabras a las que etiquetar de poema.
Hace falta estar desesperado
o simplemente aburrido
para emborronar la página de consignas, mensajes o salvoconductos.
Hace falta suficiente tedio
y suficiente asco
para hacer esto
en lugar de lanzarte a la calle
pipa en ristre
y hacerle un favor a este hacinado y contaminado mundo.
Hace falta esta discreta apariencia
de cordura
para no tirar la toalla
en mitad de todo este montón de nada
al que buscamos algún mínimo sentido.
Hablar de la muerte,
del deseo,
de la ansiedad,
del amor,
de pollas en vinagre.
Hablar de esto y de lo otro
aunque no valga de mucho
o aunque directamente no valga de nada.
Hace falta morirse un poco en cada verso
y hace falta reinventarse en el siguiente:
la peonza que sigue girando,
el sol despareciendo por el mismo lado,
la luna iluminando la noche
como si del ojete del mundo se tratase.
Hace falta todo esto
y más cosas que ahora se me escapan
porque no tengo más remedio que ponerle fin a este poema
y continuar con el siguiente, y así
hasta que le crezcan barbas a la esperanza
o hasta que la peonza detenga el ditirambo
y mi sol y mi luna me acompañen al hoyo
y a tomar por culo
y el mundo a otra cosa
sin mí.


SUENA EL TELÉFONO


Es ella.

Hazme un favor, dice,
aún no he comido
y tengo acidez.
Unos pocos macarrones
con aceite
estarían bien,
¿quieres?
Llegaré en veinte minutos.

Corto la llamada.
Enciendo el fuego
vierto el agua
dejo que hierva
echo la pasta
cinco
diez
retiro el fuego
veinte minutos.

Me siento a teclear esto.

Media hora;
aún no has llegado.