21/7/11

PEQUEÑA FLEXIÓN EN CLAVE DE RE (dedicatoria)

Cada día que pasa, cinco suicidios se llevan a cabo en nuestro país. Eso de media. Por no hablar de los que acometen tentativa o los que barajan su posibilidad como una solución razonable. La cifra no es producto de mi imaginación. La puedes encontrar si consultas la página web del Instituto Nacional de Estadística, junto a otros muchos datos no menos interesantes y esclarecedores.

Sin embargo, nadie habla de ello. Los medios de comunicación prefieren perder el tiempo (y hacernos perder el tiempo) contándonos chorradas que la mayoría de las veces no nos valen absolutamente de nada en nuestras vidas, que cuando nos tocan solo lo hacen de refilón y a duras penas se recuerdan pasado cierto tiempo. 

Existe un miedo patológico y cultural a que tomemos conciencia de que nuestra libertad en realidad no conoce límites. Y que del mismo modo que somos capaces de crear vida, también somos capaces de privarnos de ella. 

El suicidio es un ejercicio muy parecido al masturbatorio, o a las sangrías que durante siglos se practicaron como cura. Con la única y lógica diferencia de que pajearte y sangrar lo puedes hacer muchas veces, aún a sabiendas de las consabidas leyes consuetudinarias del Karma que aconsejan un uso moderado de dichas prácticas… Pero lo que pasa es que nos hemos empeñado en creer que eso es necesariamente algo malo. Cuando, en verdad, darse muerte a sí mismo debería ser entendido como una de las manifestaciones más ingeniosas de la inteligencia humana.

Por suerte para mí, en estos casos siempre me acuerdo de la dedicatoria que alguien una vez me escribió en un libro: desde que decidí suicidarme, la vida me va mucho mejor.