22/5/11

añicos

Todas las mañanas me levanto
y voy a un sitio a contarles historias a los críos,
a mostrarles que la vida
puede ser un cuento de hadas
pero que al lobo de caperucita
—como a ellos—
también le empezó a nacer vello
a los once años.
Supongo que el trabajo sucio de enseñar
consiste precisamente en eso.
En mostrar caminos.
Los más oscuros mejor.
Esos que nos negaron nuestros padres mientras pudieron.
Enseñar sería dar sabida cuenta de que todos los hombres
participamos de una misma tragedia
y de que no hay ninguno al que no le flojeé la dignidad
por alguna parte.

Todas las mañanas cuando me levanto
pienso que debería entrar en ese sitio como un Pánzer
y abrirles los ojos a los críos a tijeretazos,
que vean que la gente nace, hace el amor y se muere
casi con la misma frecuencia,
y que aunque la vida apeste
—porque apesta—
merece la pena ser vivida,
pues solo es en los tropiezos
—por paradójico que parezca—
cuando uno aprende a reír de verdad,
a carcajadas y sin miedo
como un hombre enloquecido
frente a un espejo haciéndose añicos.

Enseñar sería todo eso
en lugar de hacerles entender simplemente
que están en el mundo para trabajar
y joderse como todos los demás.