26/10/09

CON LA CERVEZA AL CUELLO

— Lo que a las mujeres nos gusta es que nos hagan reír. Una borrachera puede resultar divertida; un borracho no.
— Vale, vale; sé por donde vas. Oye, ¿por qué no me llenas el vaso?
Nora se alejó hacia el grifo con mi vaso vacío y aureolado de tímidas franjas de espuma. Dobló el gatillo y precipitó la cerveza sobre él. Regresó.
— Toma. No sé por qué consiento que te emborraches aquí todos los días, de ese modo no conseguirás nada.
— Quizás porque te gusto, solo que no quieres reconocerlo o simplemente aun no te has dado cuenta. Esas cosas tardan en germinar.
— Imagino que si estuviera Rubén no dirías eso.
— Si estuviese Rubén me serviría sin rechistar todo cuanto yo le solicitara.
— Será porque no te quiere como te quiero yo.
— Vaya..., con que esas tenemos. Creo que el servicio está vacío...
— Oh, vamos. No me jodas Godoy.
— Era precisamente eso lo que te andaba proponiendo.
— Que te jodan, me oyes.
Eché un trago. No hacía mucho que habían cambiado el barril y la presión de la bomba no debía estar en su punto porque la cerveza caía tibia hacia mi estómago; un extraño dolor en la sien comenzaba a despertarse. Eran las cinco y media de la tarde, y este vaso hacia el sexto; algo de todo esto tendría que ver con la migraña.
Encendí un cigarro. Winston. No me gusta el Winston, me coloca demasiado y además es caro. No sé por qué, pero cuando entré en el estanco eso fue lo que pedí. Me salió solo, como si no fuera yo el dueño de mi voz. Algo parecido me sucedió la otra noche. Llegué a un bar borracho de tintos secos; el camarero me preguntó: un gin tonic, le solté; no me di cuenta hasta que regresó con la copa. Me quedé mirándola, pensé que se había confundido y estaba a punto de decírselo cuando el tipo me dijo que si no era eso lo que yo había pedido. Sí, claro, le dije. No le presté demasiada atención. Me lo bebí y punto. Sabía rico y me arregló el estómago. Al cabo de unas horas no obstante acabaría vomitando, aunque eso fue otra historia diferente.
— De todas formas a esa chica le gustas —al otro lado de la barra Nora se acercó de nuevo a mi banqueta—; se le nota en los ojos, en la forma de mirarte, aunque ya te habrás dado cuenta de ello.
— La verdad es que no. De hecho no recuerdo muy bien su cara.
— No me extraña nada.
El endiablado humo del winston ya se había apoderado de mi cabeza. El dolor se extendió por todo el esfenoides como una bomba hidráulica. Decidí apagarlo.
— Aunque como no te andes listo esa chica te dará largas antes de que muevas ficha.
— ¿Cómo se llama? Violeta, ¿No era así?
— Violeta era como la llamabas tú la otra noche, pero no se llama así. Creo que Leticia o Verónica o algo parecido. Lo de Violeta se lo decías por un royo que contaste a voz en grito sobre nombres y colores. Creo que su nombre te recordaba ese color.
Si para algo sirven los amigos es precisamente para eso: son ellos los que se encargan de recordarte tus andanzas etílicas; a veces solo les falta colgarse una levita negra y empuñar un martillo de madera en la mano derecha y una peluca de rizos blancos para parecer los jueces de lo que ellos entienden tu triste existencia. Pero Nora tiene unas tetas como globos de cinco duros henchidos a reventar de agua, y solo por ello le permito que tenga este tipo de veleidades conmigo. Nada más.
Apuro el vaso de un último trago y lo dejo caer sobre la barra. Al otro lado ella me escruta a través del pálido azul de sus ojos. Mi entrepierna se dilata y endurece; si ella quisiera me la follaría en el baño ahora que no hay demasiados clientes en el bar de su marido; por detrás y sin apartar apenas el delgado tirachinas que viste por tanga. Pero lo que espera es que abra la boca para bramarle otra cerveza. No pienso hacerlo. Me dejo caer de la banqueta y a duras penas consigo robar de mi bolsillo un par de monedas; todo lo que tengo. Las poso sobre la barra, junto al vaso vacío.
— Es todo lo que tengo.
— Es igual. Con esto me vale; y siéntate que invito a otra ronda. Esta vez te acompaño.
Nora es una verdadera mujer con carita de ángel y cuerpo de diosa. Sé que a mi manera la quiero; y ella, a la suya, también.
Al acabar el vaso la besaré en las mejillas, le guiñaré el ojo y me lanzaré a la calle para hacer no sé muy bien qué.