18/10/09

EL DILEMA DEL PROFESOR

Cuando entro en una clase y despliego el bagaje de útiles sobre la mesa y me siento frente a ella y adopto esa imagen hierática que me caracteriza, cruzadas las piernas, la mano sosteniendo pomposamente una barbilla en actitud reflexiva; es entonces, digo, cuando el silencio o algo que se le parece impregna la sala como en los albores de un concierto sinfónico. Después, son mis palabras las que brotan, pausadamente, con una estudiada cadencia interpretativa. Los gestos, la secuencia de movimientos al pie de la pizarra, el tono quedo de una voz afectada, una fingida mirada de agresiva expresividad triangulando por entre los pupitres... La docencia es un arte, una suerte de espectáculo no reconocido. Y como todo arte, la mentira existe, está ahí, palpable, pieza imprescindible sin la cual no es posible el ejercicio comunicativo que es, al fin y al cabo, a lo que debe reducirse esta profesión mía.
La mentira, como una manera de contar verdades siempre discutibles.