12/10/09

ESCRIBIR UNA HISTORIA, CONTAR UNA HISTORIA

Todo escritor que se precie (y me refiero a los buenos escritores) corre el riesgo de enfrentarse a la realidad y acabar intelectualizándola. Es un error, desde mi punto de vista. Una fácil equivocación sobre la que poder caer. Teniendo en cuenta los tiempos que nos han tocado vivir, resulta de lo más burdo y sencillo forjarse opiniones. Para ello no se necesita ni tiempo, si además atendemos a los niveles de contradicción a los que estamos expuestos diariamente. No es lo mismo escribir una historia que contar una historia. Lo primero se traduce en un ejercicio imaginativo donde el hecho real y el ficticio se soslayan y confunden para acabar resolviendo un esbozo de petulante verdad. Lo segundo, contar una historia, es, bajo mi punto de vista, el ejercicio más noble y astuto al que puede aspirar todo escritor. La realidad no necesita edulcorantes ni aromatizantes porque ella misma apesta al inquietante aroma de la verdad. Bien es cierto que puede existir, y de hecho existen, heterogéneos modos de contar una misma historia, y la literatura rebosa de ejemplos que así lo constatan, métodos que pueden rebajar la verdad a un mero hecho imaginativo, como pueda ser el cuento, pero que nadie podrá discutir que de ella parten. Hay escritores que solo saben escribir, pero yo lo que busco son contadores de historias reales en las que el lector tenga la licencia, y en algunos casos la necesidad, de zambullirse en ellas hasta hacerlas suyas. No sé si me explico, pero cualquier cosa ajena a esto acaba resolviéndose en barata y engreída intelectualidad. En fin, la literatura apesta a semidioses autoconvencidos artífices de su propia pompa y circunstancia, y yo, por supuesto, me cago en dios.