4/3/10

CC.SS (II)

Un historiador es ante todo un escritor. Un narrador de ficciones o, si prefieres, de deconstrucciones prosaicas que inventa sobre el pasado de su especie. Pero paradójicamente también es un científico. Un científico social abstraído en sus propios y culturales paradigmas previos que, en palabras de Thomas Kuhn, han determinado desde siempre toda argumentación racional o dogmática que la inteligencia humana ha sido capaz de formular.

Pero a Thomas Kuhn muy poca gente lo conoce. Normal si tenemos en cuenta que fue él quien desmontó el castillo de naipes sobre el que descansaban los pilares de la ecuménica ciencia ilustrada y de la que aún tanto presume algún que otro trasnochado profesor Tornasol.

Un creador, sea de la disciplina que sea, científica y no, debe ser, ante todo, un escritor. Ese es el problema que tuvieron gente como Sartre: un gran filósofo que no sabía escribir; quien además y extrañamente fue quien afirmó lo siguiente: más importante qué lo que cuentas es cómo lo cuentas.

¡Hay que joderse!

En fin, toda esta disertación viene porque he estado releyendo últimamente la obra de Ian Kershaw. Historiador, biógrafo de Hitler y gran especialista en la historia del III Reich. Un inglés que escribe como un americano para contarnos episodios pretéritos del viejo continente. Un hijo de puta capaz de estremecerme la piel con cosas como las que siguen, y que dan comienzo a una de las mejores argumentaciones históricas de la batalla más descomunal, sangrienta y decisiva que han visto los ojos de nuestra especie: la Operación Barbarroja.

Ponte cómodo, coge aire y disfruta:

Al amanecer del 22 de julio (de 1941), unos tres millones de soldados alemanes cruzaron las fronteras y penetraron en territorio soviético. Por un capricho de la historia, como comentaba Goebbels con cierto desasosiego, era exactamente la misma fecha en que se había adentrado en Rusia el Gran Ejército de Napoleón ciento veintinueve años atrás. Los modernos invasores desplegaron unos 3.600 tanques, 600.000 vehículos motorizados (incluidos coches blindados), 7.000 piezas de artillería y 2.500 aviones. No todo su transporte estaba mecanizado, ya que también utilizaban caballos (625.000). Frente a los ejércitos invasores, distribuidos por las fronteras occidentales de la URSS, había casi tres millones de soldados soviéticos, respaldados por un número de tanques que se calcula hoy que debía de llegar a ser entre 14.000 y 15.000 (casi dos mil de ellos de los modelos más modernos), unas 34.000 piezas de artillería y entre 8.000 y 9.000 cazas. La magnitud del choque titánico que se iniciaba, que sería el principal determinante del desenlace de la Segunda Guerra Mundial y, después de ella, de la configuración de Europa durante casi medio siglo, es casi un desafío a la imaginación.