5/11/09

¿OCTUBRE? ¿YA?

Ha pasado ya octubre y apenas he tenido ocasión de darme cuenta. Los días, las semanas se agotaron como enfrascados en una clepsidra diminuta e inevitable. Y ha sido precisamente ahora, en octubre, mes liminal por excelencia, cuando he advertido que hace tiempo que no amo. Aunque esto, en realidad, no es algo que me preocupe relativamente. Darse cuenta de la poca importancia que tiene todo es una bendición que a veces te produce una extraña cefalea. Que es, imagino, lo que me está ocurriendo a mí ahora, en este preciso instante en el que, mientras tecleo esta bazofia, la verdad reveladora de que ahí fuera habrá gente tal vez amándose desesperadamente, tal vez odiándose del mismo modo, me retrepa como una hambrienta serpiente de venenos ya conocidos. Pero me conformo con lo que tengo, que sé que no es poco; y decido hoy, y sin que sirva de precedente, no formularme preguntas que, aun encontrando la maldita respuesta, sé que de nada me servirían mañana. Así que decido apagar el ordenador, recalentar ese estupendo bote de albóndigas pleistocénicamente precocinadas y entregarme a la generosa anatomía del sofá, para amueblar esta vez la espera con una de esas telecomedias absurdas que tanto gustan a los hijos de nuestro tiempo.
Que así sea.