21/12/09

VASOS DE CRISTAL, CENICEROS, EL MÓVIL, ALGÚN LIBRO...

Me suelen dar venazos del tipo: ahora cojo y me enfado con el mundo. Y entonces me da por arrojar objetos. Vasos de cristal, ceniceros, el móvil, algún que otro libro de los estantes, cualquier cosa que tenga a mano. Normalmente lo hago sobre la pared. Romper cosas me sirve. Me relaja. Me tranquiliza. Por eso vivo solo. Porque si viviese con alguien probablemente acabaría rompiéndome la cara con esa persona. Y eso que nunca me he zurrado con nadie. Aunque a decir verdad más de una vez me lo he merecido. Pero siempre, y aunque esté mal que yo lo diga, suelo salvarme de las tundas empleando esta poderosa labia que dios me ha dado. Será por eso que me guste tanto hablar. Soy un charlatán en potencia. Será por eso que me metí a profesor. Porque necesito mi público. Sentirme protagonista de un suceso que solo yo alcanzo a comprender. Aunque eso es decir mucho. La mitad de las veces ni yo soy capaz de comprenderme. Recuerdo una vez en la que no sé cómo acabé completamente desnudo en pleno mes de octubre y bajo una pelona de cuidado. Las personas con las que estaba debieron sacudirme hasta las entrañas. Pero por una extraña razón no lo hicieron. O esa otra, en Islandia, cuando me metí en medio de un barullo que se montaron dos vikingos de metro noventa y que por un capricho de la diosa fortuna solo se quedó en risas. O aquella vez en la que un cocainómano me arrojó a la cabeza un adoquín de los que asfaltan la plaza de oriente, junto al acueducto. El pedrolo no me dio a mí. Pero sí que atinó a una chica que para colmo era la hermana del tipo que me salvó la vida. O esa otra en la que me sacaron a empujones de un garito una manada de bestias enfadadas por no sé que hostias le dije a uno en la puerta del servicio. Entonces otra manada, esta vez de gitanos más colocados que un tablero de ajedrez antes de comenzar la partida, me salvaron de la hecatombe bajo el grito ay chacho, que quieren pegar al rubio..! Por no acordarse de aquella noche en la que una cuadrilla de fascistoides de neurona y media se empeñaron en coserme a navajazos bajo la escusa de que había orinado a medio metro de donde estaban haciendo un botellón entre cántico y cántico del Cara al sol. Tengo labia, sí. Y sobre todo una flor en el culo. Porque de esas tengo como para escribir varias reediciones de El arte de insultar, de Schopenhauer; aunque con bastante menos gracia y categoría. Y todo porque me aburro. Ese es mi cáncer. Mi perdición. Me aburro soberanamente y lo único que se me ocurre para solucionarlo es montarme este tipo de películas. No me atrevería a decir divertidas; aunque desde luego entretenidas resultan un rato. Algún día, el menos pensado de todos ellos, vendrá alguien y me endosará el racimo de hostias que bien merecido tengo desde hace ni se sabe. Por eso he decidido vivir sólo. Para arrojar objetos contra la pared y que mis gatos me observen bajo la cama con la atenta mirada de quien tiene en frente a un loco. Por eso y porque las benzodiazepinas no me sientan nada bien. Me producen acidez. Gilipollas.