5/8/10

AUTOS DE FE

La gente pierde mucho tiempo hablando de la gente, opinando sobre la gente, juzgando a la gente. Es como si necesitaran esa amalgama gratuita de palabras para cubrir los vacíos que resquebrajan sus vidas. Y entonces cogen e inventan argumentos sacados de la nada sobre la tuya, la diseccionan, la vuelven del revés y la intentan hacer creíble a toda costa. Llegan al convencimiento que deviene de creerse sus propias fabulaciones y acaban por sentenciar —birrete en ristre— esto y aquello y lo demás allá, sin importarles lo más mínimo las consecuencias que la halitosis del pozo de mierda que se abre tras su boca pueda tener en los objetos de su aversión. Es como si criminalizaran inquisitoriamente tu vida, ataran tu honra sobre una pira y tras abofeteártela a mano abierta le dieran lumbre con un chisquero.

Conozco personas así y me consta que a ti te pasa lo mismo. De algunas ya me he desprendido. De otras, el esfuerzo que me supondría sería inútil y desde luego desproporcionado con respecto a la importancia que les concedo. De modo que mejor los dejo allí, sobre su púlpito de barato adoctrinamiento, que sigan expeliendo mierda por la boca mientras sus vidas agonizan en una lenta pero implacable efervescencia. Porque ni ganas tengo de odiarlos, ya que eso siempre me lo reservo a los mejores, a los más talentosos. A estos no les deseo ni la justicia de un palo por el culo, no vaya a ser que para colmo les guste.