22/8/10

PIENSO, CARNAZA

Pensé que ya no estaban,
que se habían marchado
para no regresar jamás,
con su enjambre de palabras
rotas a cuestas,
de adjetivos gastados, como
ungidos en lejía o vinagre,
de verbos que conjuraran olvidos
y alguna que otra memoria tímida
y quebradiza, de nombres
como agujas cuyo émbolo es
—habita—
el veneno…
Pero, en realidad, los poemas no son
sino pequeños gatos asustados,
que salen de la oscuridad bajo la cama
cuando nadie, excepto yo,
queda ya en la casa,
y vienen zalameros a mi regazo,
ronroneando ese motor al ralentí
que nunca —nunca— se detiene,
a arrullárseme entre las piernas,
a pedirme ese alimento que soy yo
y por el que juntos todavía existimos.